Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El sorpresivo resultado de las elecciones presidenciales en Ecuador produjo una inundación en nuestras redes sociales. Múltiples voceros de la izquierda y, en particular, seguidores de la candidatura de Gustavo Petro han pregonado a voz en cuello la idea de que es necesaria la unión de todas las fuerzas no uribistas para ganar en primera vuelta y evitar el riesgo ecuatoriano. Además, señalan, tal unión debe hacerse en torno a Petro quien es el candidato más fuerte en el plano electoral.
Como el panorama en Colombia todavía sigue siendo la dispersión y la incertidumbre, a tal punto que aún no se conoce el candidato puntero de la derecha, el análisis descrito no puede ser despachado de manera dogmática. Pero sí puede someterse a un examen crítico.
En primer lugar, la idea de un triunfo en primera vuelta se ve distante. Quienes vienen pregonando la muerte del uribismo se equivocan. Las fuerzas del régimen son muy poderosas.
En segundo lugar, cabe la hipótesis contraria. La alianza que proponen deja desguarnecido al centro. Por mucho que se diga que este no existe, es el verdadero objeto del deseo. Empíricamente se sabe que la mayoría de votantes se ubican en el centro y dicen ser independientes. De hecho, hasta el presidente Duque se autodefine como alguien de extremo centro. No olvidar a Vargas Lleras y al grupo de gobernadores que pueden colonizar allí. Si se deja abandonada la casilla del centro, el vacío será cubierto de inmediato. Y quizás no propiamente por la izquierda.
Un tercer elemento: insultar a quien se pretende incorporar es una extraña política. El propio Petro y su entorno no ahorran denuestos contra personajes que ahora se buscaría acercar según los abundantes trinos. Los golpes a Claudia López y Sergio Fajardo son persistentes e inmisericordes. Esa concurrencia de linchamiento y canto de sirena es difícil de explicar.
La otra cara, más al sur, nos llega del Perú. La dispersión produjo el fenómeno de una primera vuelta en la que podía clasificar cualquiera. Una multitud de candidatos, muy baja votación y un resultado que polariza aún más un escenario aturdido. Al menos por ahora, si acá no se aceleran los procesos de escogencia y no se decantan candidaturas más sólidas, la ciudadanía puede verse embolatada y perpleja. El síndrome del hipermercado.
Y una lección común a ambos países: enorme incidencia del voto en blanco. Quienes votamos en blanco en 2018 hemos sido objeto de bullying estruendoso. Ya de por sí, esta es una agresión al voto libre. Esos juegos artificiales consistentes en cargarle al votante en blanco las verdaderas deficiencias del otro antagonista —criptouribismo se dice— para predecir ex post el triunfo del candidato de izquierda son apenas un juego aritmético deleznable: hay diferencias entre la política y la aritmética.
Entonces insultar al votante en blanco, en vez de aminorar la incidencia de esa corriente, puede ampliarla. Por política veníamos entendiendo un ejercicio de agrupar tendiendo puentes y, a la vez, clarificar las debilidades del verdadero antagonista. El ejercicio sadomasoquista que ahora ponen en marcha, insultar para seducir, francamente carece de antecedentes.