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En respuesta al editorial del 30 de marzo de 2025, titulado “El Congreso debería ser mucho más propositivo”.
Vivimos hoy los compatriotas con un Congreso que, de propositivo, adolece en todo su contexto. Como cuerpo colegiado de elección popular que representa el poder legislativo del país, hoy es un órgano absolutamente distante de un ejercicio estudioso y responsable en sus funciones. “La política es el arte de evadir responsabilidades”.
Los congresistas no deberían estar especulando cuál es la Colombia que se imaginan. Deberían estar legislando sobre la preocupante realidad nacional: un país al garete, corrupto y violento. Sus deberes son reformar, interpretar, derogar, aprobar y ejercer control político sobre las múltiples decisiones del gobierno y su administración. Deberían estar legislando proyectos que proporcionen profundas y verdaderas soluciones a eventos urgentes y hechos irracionales del acontecer nacional.
Hoy tenemos un cuerpo legislativo donde prima más la figuración personal, que les sirva de cimiento para perpetuarse en sus fructíferas curules. Un claro ejemplo en este año preelectoral es la presentación en el Congreso de otro, el onceavo proyecto, para la reducción de las mesadas a los congresistas. Hecho que, por supuesto, ha sido un fallido más, sumado a los diez intentos anteriores, frustrados por inaceptables causas: acalorados e insulsos debates sin resultado, porcentajes inapropiados en la votación, obvios por perversa inasistencia, que han hecho de esta pretensión la más mentirosa de las intenciones de los pulquérrimos legisladores.
Indignación y repudio expresa la casi totalidad de la población, que recibe salarios de reducidas cuantías. Cientos, miles de compatriotas que ni siquiera alcanzan el salario mínimo. Y estos “honorables”, con mesadas treinta y tantas veces por encima, más prebendas, retroactivos y otros ajustes. ¿Propositivos? Sí, pero solo para sus beneficios muy personales.
Con total perplejidad reciben sus robustas mesadas, que los contribuyentes deben sufragar con sus impuestos. Indignante inequidad para algunos honorables ineptos, cuya impreparación, rendimiento y asistencia a sus puestos son de una escasez vergonzosa.
Inviables desde antes de su creación son esos embusteros proyectos presentados en estos tiempos de incertidumbre, pues para su aprobación, algunos requieren hasta ocho debates por ser leyes estatutarias. Infructuoso tiempo invertido. Otra vergüenza y muestra de cinismo se respira con la presentación de otro proyecto insulso y anodino, como el radicado hace unos meses por una congresista —ella, de cuyo nombre no es merecido acordarse— que propone la reelección del mandatario, faltando aún año y medio de su mandato, como si ya hubiera cumplido a cabalidad la tarea para la que fue elegido por millones de nacionales esperanzados, hoy atribulados por el olvido, el incumplimiento, la miseria y la inasistencia.
Como ciudadano del común, votante desde hace décadas, pensador iluso de una justa democracia, aún persiste una pregunta: ¿será que algún día cambiará este indignante e indiferente accionar de los “honorables” hacia la millonaria comunidad de compatriotas que por décadas aguantan su existencia en medio de la desolación, sin servicios básicos y rodeados de frentes violentos?
Nos preguntamos a diario cuánto le cuesta a la nación el tiempo del supuesto accionar “proactivo” —si lo hay— de nuestros abnegados senadores y representantes, para que estos y otros fascinantes proyectos vuelvan a engrosar el archivo después de malogrados y pintorescos debates. La intención de un proyecto sepultado diez veces, ¿cuánto le ha costado a una nación sin dolientes? Ellos jamás serán los dolientes, y mucho menos, propositivos.
En el abnegado Congreso, ¿quién supervisa con sensatez la expedición de costosos e inapropiados proyectos? Nadie. Un poder legislativo que solo es propositivo para sus propios beneficios, pero no como representante de un ente parlamentario fructífero, preventivo y controlador.
Proyectos insulsos que, si no son sancionados positivamente, pasan al olvido con la desfachatez más soterrada. Y le han costado al país cientos de horas de trabajo, a costa de las arcas del maltratado Estado.