Comité especial de la ONU y el sesgo antisemita
Daniel Pechman
En respuesta al editorial del 20 de noviembre de 2024, titulado “Genocidio en Gaza: la ONU señala a Israel”.
El reciente editorial de El Espectador que respalda las conclusiones del comité especial de la ONU sobre Gaza requiere una respuesta firme. Afirmar que Israel está cometiendo genocidio no solo es una mentira, sino también un acto de desinformación que alimenta la polarización y el antisemitismo global.
Primero, es crucial examinar quién compone este llamado “comité especial”. Lejos de ser un organismo imparcial, está integrado por Malasia, Senegal y Sri Lanka, países que consistentemente votan en contra de Israel en foros internacionales. Su sesgo es evidente, y su historial en temas relacionados con Israel es cualquier cosa menos neutral. Malasia, por ejemplo, bajo el liderazgo de Mahathir Mohamad —primer ministro durante más de 25 años— ha sido un foco de antisemitismo descarado. Mohamad afirmó abiertamente que los “judíos sionistas poseen Estados Unidos y controlan los medios”. Es inaceptable que un organismo con miembros que difunden este tipo de odio sea presentado como una autoridad legítima en derechos humanos.
En segundo lugar, este comité ha demostrado una clara afinidad con grupos como Hamas, una organización reconocida como terrorista por Estados Unidos, la Unión Europea y muchos otros países. La participación de miembros de Hamas en reuniones de la ONU organizadas por este comité cuestiona cualquier pretensión de credibilidad o imparcialidad. Permitir que una organización responsable de ataques deliberados contra civiles israelíes influya en tales informes es una burla a los valores básicos de la ONU.
Además, el mandato de este comité está diseñado para producir conclusiones predeterminadas. Como lo señaló un experto en derechos humanos, “un grupo de investigación creado bajo términos de referencia que buscan dirigir sus conclusiones es, esencialmente, una pérdida de tiempo”. El propósito no es investigar de manera objetiva, sino atacar a Israel con acusaciones infundadas.
Por último, la narrativa de genocidio no solo es falsa, sino también peligrosa. Ignora la complejidad del conflicto y minimiza el sufrimiento real de ambas partes. Israel ha tomado medidas significativas para proteger a los civiles en Gaza, mientras que Hamas usa a su propia población como escudo humano, violando flagrantemente las leyes internacionales. Culpar a Israel sin mencionar estas realidades no es justicia, es propaganda.
Es lamentable que medios como El Espectador den credibilidad a estos informes sesgados sin cuestionar sus fundamentos ni sus motivaciones. En lugar de promover la paz, editoriales como este avivan el odio y perpetúan mitos que obstaculizan cualquier solución viable al conflicto.
Insto a los lectores a investigar los hechos y rechazar narrativas simplistas que demonizan a una de las partes. Israel no está cometiendo genocidio; está defendiendo a su población contra un enemigo que prioriza la destrucción sobre el bienestar de su propia gente. Un periodismo ético debe reflejar estas verdades, no amplificar distorsiones que alimentan el odio global.
En respuesta al editorial del 20 de noviembre de 2024, titulado “Genocidio en Gaza: la ONU señala a Israel”.
El reciente editorial de El Espectador que respalda las conclusiones del comité especial de la ONU sobre Gaza requiere una respuesta firme. Afirmar que Israel está cometiendo genocidio no solo es una mentira, sino también un acto de desinformación que alimenta la polarización y el antisemitismo global.
Primero, es crucial examinar quién compone este llamado “comité especial”. Lejos de ser un organismo imparcial, está integrado por Malasia, Senegal y Sri Lanka, países que consistentemente votan en contra de Israel en foros internacionales. Su sesgo es evidente, y su historial en temas relacionados con Israel es cualquier cosa menos neutral. Malasia, por ejemplo, bajo el liderazgo de Mahathir Mohamad —primer ministro durante más de 25 años— ha sido un foco de antisemitismo descarado. Mohamad afirmó abiertamente que los “judíos sionistas poseen Estados Unidos y controlan los medios”. Es inaceptable que un organismo con miembros que difunden este tipo de odio sea presentado como una autoridad legítima en derechos humanos.
En segundo lugar, este comité ha demostrado una clara afinidad con grupos como Hamas, una organización reconocida como terrorista por Estados Unidos, la Unión Europea y muchos otros países. La participación de miembros de Hamas en reuniones de la ONU organizadas por este comité cuestiona cualquier pretensión de credibilidad o imparcialidad. Permitir que una organización responsable de ataques deliberados contra civiles israelíes influya en tales informes es una burla a los valores básicos de la ONU.
Además, el mandato de este comité está diseñado para producir conclusiones predeterminadas. Como lo señaló un experto en derechos humanos, “un grupo de investigación creado bajo términos de referencia que buscan dirigir sus conclusiones es, esencialmente, una pérdida de tiempo”. El propósito no es investigar de manera objetiva, sino atacar a Israel con acusaciones infundadas.
Por último, la narrativa de genocidio no solo es falsa, sino también peligrosa. Ignora la complejidad del conflicto y minimiza el sufrimiento real de ambas partes. Israel ha tomado medidas significativas para proteger a los civiles en Gaza, mientras que Hamas usa a su propia población como escudo humano, violando flagrantemente las leyes internacionales. Culpar a Israel sin mencionar estas realidades no es justicia, es propaganda.
Es lamentable que medios como El Espectador den credibilidad a estos informes sesgados sin cuestionar sus fundamentos ni sus motivaciones. En lugar de promover la paz, editoriales como este avivan el odio y perpetúan mitos que obstaculizan cualquier solución viable al conflicto.
Insto a los lectores a investigar los hechos y rechazar narrativas simplistas que demonizan a una de las partes. Israel no está cometiendo genocidio; está defendiendo a su población contra un enemigo que prioriza la destrucción sobre el bienestar de su propia gente. Un periodismo ético debe reflejar estas verdades, no amplificar distorsiones que alimentan el odio global.