Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Reacciono hoy a su editorial "Alquiler de vientre regulado y remunerado” (El Espectador, 09/11/16), que comenta el proyecto de ley de Benedetti.
Por Olga L. González
Me permito disentir de lo ahí expresado: pienso que se están confundiendo los argumentos y se están amalgamando situaciones que no tienen nada en común.
En efecto, en su editorial se presume que el llamado de las mujeres a disponer del cuerpo, argumento que se emplea en regla general para exigir el derecho a abortar, se puede aplicar en el caso de la maternidad subrogada.
En este modo de argumentar se parte de una premisa sencilla, el “derecho a disponer del cuerpo”, que se declina en la práctica. Aunque fácil de seguir y eficaz, el argumento es erróneo.
No porque se pida el aborto (batalla que por lo demás está por darse en Colombia) se está pidiendo la maternidad subrogada, ni mucho menos el alquiler de vientres. Las cosas son más complejas y requieren detenerse y analizarse.
Esta columna es una invitación a entender esta complejidad. Y de partida, aclaro que escribo desde una perspectiva respetuosa de los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales (y no desde una perspectiva conservadora, o misógina, u homófoba).
El principal problema de la maternidad subrogada es que puede dar lugar, precisamente, al alquiler de vientres. Este no es un problema menor. Es un problema grande y es un problema que nace de un malentendido: tendemos a creer que las mujeres pobres pueden —¿o incluso deben?— valerse de su cuerpo para mejorar sus condiciones de vida.
La naturalización de las desigualdades, es decir, el hecho de que consideremos que unas están abajo y seguirán allá, salvo con la “ayuda” de empleos como el de madre por alquiler, es el verdadero problema.
Esto ha sido señalado por muchas personas que han investigado sobre el tema. Así, Ekis Ekman, autora de El ser y la mercancía, subraya que el problema es esta (falsa) caridad: se pretende ayudar a quien se mantiene en el rol establecido por el patriarcado. A su vez, Eva María Bachinger, autora de Hijos por encargo, realizó una investigación en Austria (donde se autoriza el alquiler de vientres). Ella anota que nunca son las mujeres con recursos económicos las que alquilan sus vientres. Siempre son las mujeres pobres. Plantear así las cosas conduce incluso a la “tercerización de vientres”: las parejas infértiles de países ricos (e incluso las parejas que no quieran pasar por las dificultades del embarazo) acuden a mujeres pobres de otros países que, en aprietos económicos, accederán a la demanda.
Pero, además, las mujeres quedan reducidas a su útero, a su capacidad de gestación. Ese es su valor agregado y no otro. El feminismo lleva luchando años para que las mujeres sean consideradas seres íntegros y no un pedazo de cuerpo: ¡piernas, o senos, o un aparato reproductor! Es verdad que hasta el día de hoy, sólo las mujeres pueden procrear. Pero también es verdad que quienes no tiene la posibilidad de hacerlo tienen otras posibilidades para establecer familias, como la adopción.
Otras razones de peso, y otras experiencias en el mundo, apuntan en el sentido de no permitir, en ningún caso, el intercambio monetario con la maternidad subrogada. Necesitaría otras 500 palabras para ampliar estos temas. Por hoy dejo aquí.