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En respuesta al editorial del 27 de diciembre de 2024, titulado “Por favor, no más pólvora”.
La discusión sobre el uso de la pólvora en Colombia ha generado, una vez más, un enfoque superficial que ignora las raíces del problema. Señalar únicamente a la pólvora como la villana principal es un error que desvía la atención de responsabilidades más profundas: el papel de la cultura y la falta de supervisión en nuestra sociedad.
En primer lugar, el uso de pólvora es un tema profundamente arraigado en nuestras tradiciones. Las festividades con explosiones y luces son una manifestación cultural que ha sido parte de nuestra identidad durante generaciones. Pedir que desaparezcan sin un entendimiento del contexto cultural es desconocer su significado para muchas comunidades. Si bien la educación es crucial, el cambio de prácticas culturales requiere una transformación paulatina, no prohibiciones impuestas que solo fomentan la clandestinidad.
Por otro lado, los casos de niños quemados no son un problema exclusivo de la pólvora, sino de la irresponsabilidad y la falta de supervisión por parte de los adultos. Culpar a un objeto inanimado de estos incidentes es evadir la autocrítica que necesitamos como sociedad. Los padres y cuidadores tienen la responsabilidad directa de proteger a los menores, educarlos y establecer límites claros. El problema radica en nuestra falta de atención y compromiso con la seguridad infantil.
En cuanto a los dos antílopes fallecidos en el zoológico, atribuirlo exclusivamente a la pólvora resulta simplista. La verdadera tragedia radica en su confinamiento en un entorno artificial. Los zoológicos, aunque pueden tener un propósito educativo o de conservación, también reflejan cómo priorizamos el entretenimiento humano sobre el bienestar animal. Los animales no deberían estar enjaulados en ambientes que distan de sus hábitats naturales.
Asimismo, el sufrimiento de las mascotas en estas fechas no se puede desligar del contexto en el que las mantenemos. Los perros y gatos son seres vivos diseñados para explorar y habitar espacios abiertos. Encerrarlos en apartamentos o casas representa una contradicción inherente a nuestra decisión de humanizarlos. El ruido de la pólvora no sería tan traumático si estuvieran en entornos más acordes con su naturaleza.
Más que atacar la pólvora, debemos reflexionar sobre nuestra cultura, nuestras decisiones como cuidadores y nuestra relación con el entorno natural y los animales. Prohibir la pólvora puede ser un paliativo, pero no resolverá los problemas de fondo, que tienen raíces en nuestra negligencia y desconexión con lo que nos rodea. Es momento de asumir responsabilidades reales, no de buscar culpables fáciles.