No te asustes, ¡no es tan grave!: paranoia, redes sociales y seguridad en Bogotá
José Alejandro Samper
En respuesta al editorial del 26 de febrero de 2024, titulado “Bogotá está en medio del temor”.
Escribo esta nota para expresar mi decepción con el análisis presentado en el editorial. Sin pretender defender a los gobiernos implicados, creo que es fundamental hacer un análisis más profundo de las razones que provocaron un cambio tan drástico en la percepción ciudadana. Es evidente que hay diversos factores externos al problema de seguridad que influyen en nuestra (in)comprensión de la realidad.
El editorial no aborda en absoluto la influencia de los teléfonos celulares, las redes sociales y WhatsApp, y cómo hoy una persona se entera de muchas más noticias y eventos distantes en comparación con hace veinte años. Durante este periodo, hemos pasado de recibir (en promedio para una persona medianamente informada) una hora de noticias en la televisión al día a ser bombardeados constantemente con titulares y notificaciones de urgencia en nuestros dispositivos móviles y computadoras. Vale la pena preguntarnos cómo determinar el peso que deberíamos darles a diferentes fuentes. Sería interesante realizar el ejercicio de imaginar cómo hubiera sido vivir la época de mayor violencia en la era de las redes sociales. ¿Qué pensaríamos de nuestro entorno?
Les propongo un pequeño experimento mental: consideremos los siguientes casos hipotéticos. En un pueblo de 100.000 habitantes en un periodo de un año hubo 1.000 hurtos, de los cuales se reporta la mitad en la estadística. En otro pueblo de 150.000 habitantes se producen 1.200 hurtos, pero en este pueblo el 75 % de los hurtos fueron denunciados. ¿Cuál de los dos pueblos está en peores condiciones de seguridad? La respuesta obvia es que el segundo pueblo es más seguro. La cantidad de hurtos normalizados por cada 100.000 habitantes es 1.000 en el primero y 800 en el segundo. De hecho, la cantidad de reportes no tiene nada que ver con la respuesta a nuestra pregunta. No obstante, los datos medidos darían una impresión diferente. La estadística mostraría 500 hurtos por cada 100.000 habitantes en el primer pueblo, en comparación con los 600 en el segundo. En realidad, la información que tenemos es la reportada, no la real. Por lo que, al fin y al cabo, se reportaron 500 hurtos y no 900. Pero esa percepción tiene poco que ver con la realidad.
¿No se parece a la realidad actual? En los últimos veinte años, el entorno que nos rodea ha cambiado vertiginosamente. En vez de dos variables (real vs. reportado), como en el ejemplo, hay muchas. Incluso algunas que antes no estaban, como las redes sociales.
Entonces, en vez de hacer observaciones obvias, creo que el periodismo debería preocuparse por explicar los problemas de la percepción actual y hacer un esfuerzo honesto por ayudar a entender las complejidades que nos rodean. Un primer paso sería hablar honestamente sobre dichas complejidades y un mínimo básico sería abrir la discusión que nos haga preguntarnos si tanta paranoia es justificada. Tiendo a pensar que no.
En respuesta al editorial del 26 de febrero de 2024, titulado “Bogotá está en medio del temor”.
Escribo esta nota para expresar mi decepción con el análisis presentado en el editorial. Sin pretender defender a los gobiernos implicados, creo que es fundamental hacer un análisis más profundo de las razones que provocaron un cambio tan drástico en la percepción ciudadana. Es evidente que hay diversos factores externos al problema de seguridad que influyen en nuestra (in)comprensión de la realidad.
El editorial no aborda en absoluto la influencia de los teléfonos celulares, las redes sociales y WhatsApp, y cómo hoy una persona se entera de muchas más noticias y eventos distantes en comparación con hace veinte años. Durante este periodo, hemos pasado de recibir (en promedio para una persona medianamente informada) una hora de noticias en la televisión al día a ser bombardeados constantemente con titulares y notificaciones de urgencia en nuestros dispositivos móviles y computadoras. Vale la pena preguntarnos cómo determinar el peso que deberíamos darles a diferentes fuentes. Sería interesante realizar el ejercicio de imaginar cómo hubiera sido vivir la época de mayor violencia en la era de las redes sociales. ¿Qué pensaríamos de nuestro entorno?
Les propongo un pequeño experimento mental: consideremos los siguientes casos hipotéticos. En un pueblo de 100.000 habitantes en un periodo de un año hubo 1.000 hurtos, de los cuales se reporta la mitad en la estadística. En otro pueblo de 150.000 habitantes se producen 1.200 hurtos, pero en este pueblo el 75 % de los hurtos fueron denunciados. ¿Cuál de los dos pueblos está en peores condiciones de seguridad? La respuesta obvia es que el segundo pueblo es más seguro. La cantidad de hurtos normalizados por cada 100.000 habitantes es 1.000 en el primero y 800 en el segundo. De hecho, la cantidad de reportes no tiene nada que ver con la respuesta a nuestra pregunta. No obstante, los datos medidos darían una impresión diferente. La estadística mostraría 500 hurtos por cada 100.000 habitantes en el primer pueblo, en comparación con los 600 en el segundo. En realidad, la información que tenemos es la reportada, no la real. Por lo que, al fin y al cabo, se reportaron 500 hurtos y no 900. Pero esa percepción tiene poco que ver con la realidad.
¿No se parece a la realidad actual? En los últimos veinte años, el entorno que nos rodea ha cambiado vertiginosamente. En vez de dos variables (real vs. reportado), como en el ejemplo, hay muchas. Incluso algunas que antes no estaban, como las redes sociales.
Entonces, en vez de hacer observaciones obvias, creo que el periodismo debería preocuparse por explicar los problemas de la percepción actual y hacer un esfuerzo honesto por ayudar a entender las complejidades que nos rodean. Un primer paso sería hablar honestamente sobre dichas complejidades y un mínimo básico sería abrir la discusión que nos haga preguntarnos si tanta paranoia es justificada. Tiendo a pensar que no.