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Silencioso, pero con paso firme, se va posicionando el ejercicio de la democracia directa en Medellín.
No de otra manera han de entenderse los más de 106 mil votantes que acudieron a las asambleas barriales este año. Y el mérito es aún mayor si se tiene en cuenta que estamos en una coyuntura electoral, en la que los políticos en plena contienda tratan de sacar el mayor provecho de estos ocho años de continuismo y, por ende, de agotamiento. Primero la alcaldía de Sergio Fajardo, luego la de Alonso Salazar.
Este ejercicio democrático resiste tanto el desgaste de la hegemonía gubernamental como los embates de los contrincantes políticos que buscan agrietar cualquier logro para capitalizarlo en campaña. Es algo así como si la democracia que fue cedida al ciudadano de a pie no tuviera reversa, y quien se atreva a frenarla, sufrirá castigo en las urnas. En los corrillos de cacicazgos politiqueros, el murmullo que circulaba era de entorpecer la votación, su meta era de reducirla hasta en un 40%, asfixiar al gobierno presente. No lo lograron. Por el contrario, la votación se aumentó. Entonces, la lección aprendida fue la propia del adagio popular: si no puedes vencer, ¡únete!
Por ello el lenguaje de la participación directa estará de boca en boca, de éste o de aquel candidato, no importa su tinte. Pero esto no es para tranquilizar. La actual administración deberá facilitar el proceso de participación a toda la ciudadanía, garantizando que hablen las voces más débiles, que se rompan viejos esquemas de participación y se piense en formas no convencionales, pero tan válidas como cualquier otra.
Se debería pensar en metodologías que hagan valer el mandato ciudadano ante sus representantes. Las decisiones deben reflejar las poblaciones y sus necesidades. Se debe estar atento a no permitir que se enquisten los oportunistas inescrupulosos de la politiquería, que pescan en la buena fe de la comunidad.
Es de conocimiento que en ciudades del Brasil como Sao Paulo, la ejecución a decidir no es de un cinco por ciento como lo es en Medellín, sino que alcanza casi el cien por ciento. Y tan efectivo es el ejercicio allá, que la misma ciudadanía al darse cuenta de que requieren más recursos que los existentes para satisfacer sus necesidades, en plena conciencia, deciden tributar porque saben que vendrán los beneficios anhelados y comunes. Es la participación directa, una manera de invertir bien los recursos, de frenar la corrupción. Por ello, es bueno eso de no concentrar tanto poder, sino más bien compartirlo con la ciudadanía, es decir, ceder poder.
Mauricio Castaño H. Bogotá.
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