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En la edición digital de hoy (que en España podemos leer con la luz del sol inmediatamente después de su publicación), hay tres temas relacionados con las estatuas de Sebastián de Belalcázar en Colombia y la historia de Iberoamérica: la columna “Español aventurero e india brava”, de Aura Lucía Mera; la entrevista a Mercedes Tunubalá, alcaldesa de Silvia (Cauca), y un extracto del discurso de José Saramago “El lado oculto de la luna”, pronunciado en un evento realizado en Cartagena de Indias en 2007.
En la muy interesante columna de la señora Mera —el muy es por abordar el tema del mestizaje con saludable y didáctico humor—, he detectado tres imprecisiones:
Imprecisión 1: La señora Mera dice que Sebastián de Belalcázar nació en un pueblo perdido de Córdoba. Se trata de una alusión incorrecta si tenemos en cuenta que el señor Moyano/Belalcázar nació en un pueblo castellano (después extremeño y luego andaluz) que se había llamado Gahet (o Gahete), proveniente del nombre árabe Gafit, que fuera conquistado a los árabes por Juan II de Castilla (padre de Isabel la Católica) en 1431, en la campaña de conquista de Granada que suspendió por razones que no es del caso traer ahora, dejándoles la faena a los Reyes Católicos que la rematarían en 1492, mientras Colón llegaba confundido a La Española. Gahete pasó a ser Condado de Belalcázar con Enrique IV, en 1466, 14 años antes del nacimiento del irascible Sebastián que mató de un garrotazo a un asno reticente (como casi todos), evento que la leyenda negra contra el conquistador (con cruz, espada y pene, como dice Aura Lucía) y contra la Conquista y el Imperio español ha convertido en el asesinato de su hermano menor...
Imprecisión 2: Aura Lucía dice que “el poeta Valencia quiso erigir una estatua en honor del cacique, pero en disputas políticas en 1940 se destruyó la cúspide de la pirámide para poner la estatua de Sebastián Moyano, alias Belalcázar”. La escritora y columnista caleña asume, pues, la versión de los Hunos (expresión polisémica de D. Miguel de Unamuno que yo suelo utilizar en mis artículos). Se admite la versión contraria, que atribuyo a los Hotros, porque aún no está documentada la posición del poeta (de los lánguidos camellos... del arenal de Nubia) y político conservador en la controversia patoja (con cariño) sobre la ubicación de la estatua encargada a Macho.
Imprecisión 3: En el mismo párrafo Aura Lucía dice que la estatua fue “derribada a soga limpia hace pocos días por la etnia misak, descendientes puros del cacique Pubén y verdaderos herederos del cerro”. Bastaría comparar los rasgos faciales de la señora Mercedes Tunubalá con algunas de mis queridas familiares de Tunía —mi abuela paterna se llamaba Teodomira Vivas—, para advertir que la pureza de los misak o guambianos no es tan pura porque podría tener algo o mucho de los blancos (e incluso rubios o monos) caucanos y viceversa.
Igualmente, es necesario y conveniente precisar que los misaks no son los verdaderos herederos del Morro de Tulcán. Son verdaderos pero no son los únicos. Los verdaderos somos todas/os las/os hijas/os del mestizaje iniciado a lo bestia por el señor Moyano/Belalcázar y sus hombres en 1537. Mestizaje que sigue siendo despreciado, negado u olvidado por los Hunos y por los Hotros, incluso por los ilustres académicos y profesores del Departamento de Antropología de la Universidad del Cauca, creada en 1827 con raíces en el Seminario Mayor de Popayán, semillero de ilustrados próceres de la independencia del imperio español, con resonantes apellidos como Caldas, Torres, Zea, Cabal Ulloa o Caycedo y Cuero.
Teniendo en cuenta que el próximo año se cumplirán 170 años de la fundación de Tunía (en 1851), siendo Vivas dos de sus tres fundadores, sugiero que al festejo principal se invite a la alcaldesa de Silvia y se le declare hija adoptiva del pueblo, con el apellido honorífico de Tuniabalá, una pequeña variación de su apellido indígena Tunubalá, en homenaje al fértil, honroso y promisorio mestizaje que se inició en esas tierras hace 483 años.
Gustavo Adolfo Vivas Rebolledo. Valencia, España.
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