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El acelerado decrecimiento de la natalidad en Colombia, que representa un desafío económico y político que afectará desde el mercado laboral hasta el sistema pensional, puede convertirse en una oportunidad para mejorar de forma considerable la calidad de la educación básica y media en Colombia. Para aprovecharla habrá que asumir con mayor insistencia la discusión sobre el número de estudiantes que un profesor debe atender en sus aulas.
En el primer cuatrimestre de 2024, de acuerdo con los datos preliminares del DANE, hubo una disminución del 14,6 % en los nacimientos con respecto al mismo periodo de 2023, casi 25.000 menos de un año a otro. Los efectos ya se notan en la educación básica y media: como lo muestra el Laboratorio de Economía de la Educación (LEE) de la Universidad Javeriana, con datos del Ministerio de Educación, en 2010 había cuatro millones setecientos mil niños y niñas matriculados en primaria en el país, mientras que el año pasado la cifra fue de cuatro millones después de más de una década de reducción sostenida.
De entrada parece que, por esta vía, se lograría lo que no se logró por otros medios: reducir el número de estudiantes que los maestros deben recibir en sus aulas, propiciando así que puedan brindar mayor tiempo de atención a cada uno y que las condiciones de convivencia y de enseñanza y aprendizaje mejoren de forma significativa. En términos prácticos, el tiempo que una maestra puede dedicarle a escuchar y orientar a un niño en un salón de 40 estudiantes es menor que en un salón de 20, porque la atención y el tiempo son recursos escasos que administran los profesores en su cotidianidad, e invocar la calma y el silencio en una hora de lectura o para brindar una instrucción es más complejo, no cabe duda, en un salón sobrepoblado.
En 2022, según datos de la OCDE, en Colombia había 27 estudiantes de básica secundaria y 23 de básica primaria por profesor, muy por encima del promedio de esa organización, con 13 y 14 respectivamente. Esa brecha no solo aparece al compararnos con los demás países, sino también al comparar la educación del sector oficial con la privada: en promedio, un profesor de básica primaria de una institución oficial debe atender a 24 estudiantes, mientras que el de una privada a 17. Esta es la realidad que, afortunadamente en este caso, ha ido cambiando y seguirá cambiando.
Es hora entonces de que el decrecimiento de la natalidad se convierta en una oportunidad para que los estudiantes, como individuos, puedan obtener más tiempo de sus maestros y maestras. Más escucha, más retroalimentación de sus escritos y sus exposiciones. Más espacio físico en un aula. Para ello es fundamental discutir el Decreto 3020 de 2002, que señala que debe haber, como mínimo, una relación de 32 estudiantes por profesor en cada entidad territorial certificada, lo que implica una serie de estrategias y cambios administrativos para organizar y ubicar la planta docente, labor que cada vez luce más ardua.
La relación técnica del número de estudiantes por profesor que impone la realidad actual está dejando sin piso lo planteado por el decreto y está abriendo la posibilidad de que haya una educación básica y media menos tumultuosa. Esto redundará en una formación de mayor calidad para esos niños y niñas que año tras año vienen en menores cantidades.