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Cada Día del Periodista, las reflexiones surgen naturalmente. Es de esperarse: los dilemas éticos de la profesión se presentan día a día y, con el pasar de los años, quienes elegimos este oficio hemos caído en un espiral sin salida, en una crisis existencial auspiciada por el declive inminente del ejercicio periodístico tal como lo conocemos.
El paso del tiempo ha hecho que el ser periodista pierda el prestigio con el que se le asociaba en el pasado. Ahora —no sé si exagere— la labor enfrenta un panorama inédito.
Ni siquiera con la llegada del internet, la radio o la televisión, los periodistas se habían enfrentado a un desafío como el actual: competir por la atención de las audiencias en todas las plataformas digitales, reinventarse, acoplarse a todas las redes sociales, estar en todos los canales y sintonías. Una tarea, francamente, titánica.
El panorama de los medios en Colombia no es alentador. De acuerdo con datos citados por Juanita León, directora de La Silla Vacía, en una columna de opinión titulada “El cierre de CM&: la punta del iceberg de una crisis existencial de los medios”, todos los periódicos colombianos juntos vendieron en 2023 un total de 250 mil millones de pesos en pauta, casi la mitad de los 400 mil millones de pesos que vendió El Tiempo en 2007.
Esto, a su vez, repercute en las dificultades que deben enfrentar los periodistas en su día a día, que, como es bien sabido, no solo incluyen extenuantes jornadas laborales de 12, 13 o 14 horas, sino también malos pagos, pésimas condiciones y acoso laboral.
Y, por si fuera poco, está la censura o autocensura que varía según el medio de comunicación en el que se trabaje, porque es un secreto a voces que “la posición que se tenga frente a la realidad debe relegarse al entrar en un medio de comunicación”. De paso, se olvida la imparcialidad y se adopta la postura del medio sin más.
Bajo este escenario, resulta paradójico que, en una profesión donde el sentido crítico es imprescindible, quienes cuestionan el enfoque de una nota o se atreven a proponer un punto de vista diferente se expongan a costos desmedidos.
Esto, entre otras cosas, ha provocado que los ciudadanos pierdan cada vez más la credibilidad en los medios tradicionales. En una sociedad que busca de forma insaciable estar informada, la cuenta de cobro a los grandes medios no se ha hecho esperar.
Con el paso del tiempo y ante un escenario tan decadente, he llegado a la conclusión de que, al interior de una redacción, se libran luchas férreas por detalles tan mínimos como decidir si se publica o no un artículo. Disputas que el público ni imagina. Y, así como lo decía uno de los periodistas más importantes del país en una de sus conferencias: hoy en día hay que creer en los periodistas, no en los medios.
Por eso, aun después de tanto, queda la esperanza de que todavía existan profesionales que dejen alma y corazón en cada párrafo, que le den un nuevo enfoque a las noticias, que se acerquen de manera respetuosa a los hechos, a las historias, a las personas. Que se armen de valor para hablar sobre un país tan complejo como Colombia. Periodistas que todavía crean que se puede cambiar la realidad, así sea con palabras.