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Criar-educar: donde radica el secreto de la sociedad que somos

Micaela Luz Fernández Barbaglia
17 de abril de 2023 - 02:00 a. m.

A partir del nacimiento comienza la crianza y, de forma consciente o no, en ese proceso de criar estamos educando. Las familias, con sus distintas configuraciones y conformaciones, son la primera fuente de educación a la que luego se agregará el entorno y las distintas instituciones y entidades. El modo de criar-educar repercutirá en que cada individuo desarrolle (o no) el máximo de su potencial, además de que condicionará su forma de ser y actuar en la vida adulta.

Etimológicamente, la palabra “educar”, del latín educare, proviene de educere, que se puede dividir en ex (fuera de) y ducere (guiar, conducir). Por lo que se podría decir que al educar estaríamos guiando o conduciendo a la persona para que pueda sacar fuera algo que pudo procesar dentro. El planteamiento entonces sería cómo lograr desde la familia, el entorno y las entidades e instituciones que este objetivo encriptado dentro de la etimología del término se pueda alcanzar exitosamente y que, sobre todo, sea a consciencia y con respeto.

En el siglo IV a. C. ya Sócrates tenía un método para educar: la mayéutica, el concepto de que es la misma persona la que descubre el conocimiento y que quien enseña conduce y guía a través del diálogo. Hacia el 1900 de nuestra era, María Montessori realizó estudios científicos en niños con discapacidades mentales primero y luego continuó investigando con otros niños de sectores de bajos recursos, proceso en el cual fundó La Casa de los Niños, demostrando así que, en un ambiente adecuado, con los elementos pertinentes, la observación activa y el acompañamiento del adulto como guía, cada niño puede desarrollar al máximo su potencial siendo protagonista de su proceso de aprendizaje.

Ya en nuestros tiempos actuales, pedagogos como Francesco Tonucci y Javier Tourón han reivindicado esta forma de entender la educación al cuestionar el modelo vigente, que lejos está de centrarse en el niño y en sus reales necesidades e intereses. Tonucci hace unos años decía que “la misión de la escuela ya no es enseñar cosas… eso lo hace mejor la TV o internet”. En realidad, nunca fue la misión de la escuela transmitir conocimientos unilateralmente, sino que, retomando la idea anterior, el objetivo es acompañar, sostener y guiar para que la propia persona pueda ir descubriendo por sí misma lo que es capaz de comprender. Esto queda mucho más en evidencia en el presente, con las nuevas tecnologías que visiblemente suplen el rol del maestro tradicional, quedando aún más expuesta la necesidad de un cambio de paradigma. En el caso de Tourón, él hace hincapié en que “todos estamos en proceso de ser”, con lo cual remarca que la velocidad en que cada cual llega al aprendizaje es sumamente distinta en cada ser humano. Esto nos lleva a cuestionar la homogeneización que socialmente se pretende de los niños desde su nacimiento, a la espera de que todos hagan determinadas cosas a determinados tiempos, generando presiones a las familias tanto desde el sistema de salud como desde el sistema educativo.

Es preciso respetar los tiempos, acompañar los procesos y enriquecernos de las diferencias. Desde tiempos remotos, algunas personas han insistido en estas cuestiones incluso probando científicamente los beneficios que una crianza-educación consciente trae a cada individuo, deviniendo en un bien para la sociedad toda. Sin embargo, aún nos sigue resultando un desafío quitarnos preconceptos, mandatos, tradiciones y estructuras para dar lugar a la libertad.

Por Micaela Luz Fernández Barbaglia

 

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