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Leyendo God is not great, de Christopher Hitchens, encontré una crítica contundente sobre cómo la religión puede justificar delirios fenomenales. Bajo la protección religiosa, se toleran declaraciones que, de otro modo, se asociarían con personas inestables, e incluso, con actitudes viles y terroríficas. Un ejemplo extremo es el de alguien dispuesto a matar a su propio hijo porque cree que es la voluntad de Dios. Adicionalmente, la religión puede llegar a justificar masacres de infantes si estos no pertenecen a la llamada “gracia de Dios”. Ejemplos como estos abundan en relatos históricos y en enseñanzas de escuelas religiosas, aunque parecen escapar a toda racionalidad.
Un caso notable es el de un líder religioso que convenció a sus seguidores de ayunar hasta la muerte, prometiéndoles la salvación. Decenas, si no cientos, murieron al seguir ciegamente a alguien que había obtenido cierta autoridad espiritual. Sin embargo, esta “autoridad” no requería más que saber cómo agradar a las masas, algo que cualquier figura pública podría lograr, ya sea para vender productos o para ganar votos. El hecho de que estas personas murieran por creer sin cuestionar muestra los peligros inherentes de seguir ciegamente sin ejercer el pensamiento crítico.
Otro ejemplo es el de un hombre que, tras afirmar que había hablado con Jesús, fundó una nueva iglesia centrada en su propia figura. Esta iglesia se convirtió en un culto que abusaba de mujeres y estableció un mini-Estado alrededor de su líder. Asimismo, está el caso de otro fundador de una iglesia que utilizó su posición para justificar el divorcio, casarse con múltiples mujeres, e incluso con niñas. Sorprendentemente, este movimiento aún perdura.
En resumen, la religión no se define por su lógica o coherencia histórica, sino por el poder acumulado por quienes creen en ella. Al igual que en el arte, donde el valor social de una obra muchas veces supera el esfuerzo del artista, la religión se sostiene gracias al poder de la fe, no por argumentos sólidos.
Este fenómeno no se limita a la religión; se extiende también a la política, el arte y otros campos. Los partidos políticos de visión limitada suelen recibir apoyo de grupos religiosos igualmente dogmáticos. Paralelamente, cualquier intento creativo o divergente tiende a ser castigado por ambos.
El verdadero secreto de la religión reside en la fe, que a menudo anula el pensamiento crítico. No se puede cuestionar a Dios ni al líder religioso porque son considerados sagrados. Así, la fe se convierte en una herramienta para eliminar el pensamiento crítico, empujando a las personas a aceptar ciegamente lo que se les dice.
Hoy en día, la libertad religiosa permite que los académicos no pierdan tiempo debatiendo su influencia; sin embargo, seguimos viendo personas que, en nombre de la religión, queman libros, prohíben lecturas o imponen leyes restrictivas. No parece justo ni razonable retroceder a un pasado dominado por la religión solo por respeto a las creencias de otros.
Finalmente, aunque pueda resultar aterrador imaginar un mundo sin una deidad protectora, es esencial enfrentar la realidad. En lugar de desperdiciar tiempo en debates teológicos, deberíamos concentrarnos en temas más interesantes y prácticos como la fusión nuclear, el entrelazamiento cuántico, el horizonte de eventos, la acidificación de los arrecifes, los sonetos de Shakespeare, el realismo mágico de García Márquez, la cinematografía de Denis Villeneuve, entre otros.