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El placer se ha convertido en algo efímero y, debido a su caducidad, estamos buscando más y más. Hay tantos estímulos e información que nos atiborramos de dopamina pasajera, impidiéndonos darle paso al aburrimiento. Nuestro cerebro parece un cazador desesperado, y va dejando de lado ciertas cosas un poco más importantes, como el hecho de parar y cuestionarse qué es lo que está sucediendo. Pasamos del zapping en la televisión al scrolling en nuestros celulares; hasta la anatomía de nuestros dedos se ha modificado por el peso de los dispositivos, y el dedo meñique va perdiendo poco a poco su funcionalidad.
¿En qué momento nuestro tiempo se volvió en nuestra contra? ¿Cuántas veces nos hemos quejado porque no tenemos tiempo? ¿Cuántas veces nos sentimos culpables mientras tomamos un descanso? Si respondemos con honestidad estas preguntas, nos daremos cuenta de que la mayoría de nosotros somos unos adictos al control y a la velocidad. Control, porque queremos medir absolutamente todo. Conozco personas que miden hasta el tiempo que pueden dedicarle al sexo; y velocidad, porque queremos todo ya, sin tiempo para pausas, pues esperar se considera un desperdicio.
Hace poco, mientras organizaba mi habitación, estuve reflexionando sobre la intangibilidad del tiempo; es decir, no podemos palparlo, olerlo ni degustarlo, pero sí podemos controlarlo mediante varios dispositivos. Maldije a quien inventó el calendario y todos esos días que hemos personificado como los lunes de aburrimiento y los viernes de libertad. Es completamente absurdo. Siento retumbar en mi cabeza aquello que Vivian Abenshushan expresó: “¡No tengo tiempo para nada!”, he aquí el grito general de un planeta enfermo de velocidad.
¿Cuántas veces hemos maldecido a la persona que está delante de nosotros en una fila? ¿Han escuchado los comentarios de que cuando alguien se demora en un cajero es porque está jugando tetris? Esos comportamientos evidencian nuestra impaciencia. Un ejemplo muy claro es cuando debemos usar el transporte público: bajo nuestro juicio acelerado lo consideramos un mal necesario porque nuestro presupuesto no nos permite acceder a otros tipos de vehículos, y la queja es permanente porque jamás los horarios coincidirán con nuestras necesidades.
Creemos que todo debe ajustarse a nuestra disponibilidad; incluso nos reprochamos por los cambios climáticos. ¿Esto no es un signo de nuestro egocentrismo? Desearía que pudiéramos pensar el tiempo en términos del laissez faire, laissez passer. Así pues, estimado lector, ¿en qué momento aquello intangible que no podemos palpar se ha convertido en una camisa de once varas? La sociedad moderna, para dar respuesta a ello, ha creado algunos pañitos de agua tibia que solo maquillan el verdadero mal. Videos como: “PARA SER MÁS INTELIGENTE SOLO DEBES DORMIR CUATRO HORAS”, “VIDEO TUTORIAL DE CÓMO PLANIFICO MI TIEMPO”, “¿CÓMO SER EFICIENTE ESTUDIANDO EN UN PAÍS EXTRANJERO?”, etc., etc. Titulares de ese tipo abundan en las redes sociales e incluso han pasado al formato de libro, vendiendo la fórmula para hacer rendir el tiempo, cuando la solución la tenemos al alcance.
* Crítica de cine y estudiante de licenciatura de literatura.