Por Mauricio Alejandro Ríos-Molina
“Hemos derrotado a isis”, escribió Donald Trump el pasado 19 de diciembre en Twitter, su herramienta preferida para alborotar los ánimos mundiales, a la par que anunciaba la retirada de las tropas con las que cuenta su país en Siria.
Esta afirmación fue rechazada tajantemente por miembros claves de su administración, como James Mattis, secretario de Defensa, y Brett McGurk, enviado especial de Washington para la campaña de derrota del Estado Islámico (también conocido como Daesh), quienes renunciaron a sus cargos en son de protesta.
Otros países también objetaron lo declarado por el mandatario estadounidense, advirtiendo que Daesh sigue representando una amenaza para la seguridad del Medio Oriente y del mundo. El ministro de Defensa francés, Florence Parly, explicó que el Estado Islámico “ha sido debilitado más que nunca”, pero su peligro sigue siendo latente.
Asimismo, el Ministerio de Relaciones Exteriores británico manifestó que, aunque este movimiento yihadista ha sido expulsado de la mayor parte de las áreas que previamente controlaba, “Daesh se mantiene como una amenaza”. Declaración que cobra peso con el reporte de las Naciones Unidas de agosto de 2018, el cual estima que en Irak y Siria aún existen entre 20.000 y 30.000 miembros del Estado Islámico, de los 33.000 que se creía componían sus filas en 2015.
El Soufan Center, organización dedicada al estudio de la seguridad global, señaló, en una de sus investigaciones más recientes, que alrededor de 5.000 militantes de Daesh han regresado a sus países de origen, incluyendo 1.600 tunecinos y saudíes, 425 británicos, 400 rusos y 300 alemanes. En alerta máxima están las autoridades de estos Estados por posibles represalias terroristas en sus territorios. Además, se denuncia que las filiales del Estado Islámico recogen en Libia, Somalia, Yemen, Afganistán y Filipinas, por lo menos, 7.000 adeptos.
El ataque suicida del pasado miércoles 16 de enero en la ciudad siria de Manbij, que dejó un saldo de 19 muertos (cuatro de los cuales eran estadounidenses), que fue reivindicado por Daesh, también parece contrariar las palabras de Trump que, cumpliendo una promesa electoral, espera sacar de Siria a, aproximadamente, 2.000 soldados. No obstante, el mismo día del atentado, Mike Pence, vicepresidente de EE. UU., aparentemente desconociendo lo sucedido, dijo que “el Califato se ha desmoronado e ISIS (Daesh) ha sido derrotado”.
El Estado Islámico, cuyo poder tuvo apogeo en 2014, cuando controlaba un territorio del tamaño de Gran Bretaña en Siria e Irak y gobernaba con su versión radical de Sharia (ley islámica) para ocho millones de personas, no es ni la sombra del califato declarado por su líder Al-Bagdadi. Sin embargo, exhibirlo como un animal extinto es apresurado y peligroso, pues es ignorar la realidad del terreno y la naturaleza polifacética de los grupos radicales que, como Al-Qaeda o los Talibán, logran sobrevivir los percances del tiempo y la guerra, vivitos y coleando.
Por Mauricio Alejandro Ríos-Molina
“Hemos derrotado a isis”, escribió Donald Trump el pasado 19 de diciembre en Twitter, su herramienta preferida para alborotar los ánimos mundiales, a la par que anunciaba la retirada de las tropas con las que cuenta su país en Siria.
Esta afirmación fue rechazada tajantemente por miembros claves de su administración, como James Mattis, secretario de Defensa, y Brett McGurk, enviado especial de Washington para la campaña de derrota del Estado Islámico (también conocido como Daesh), quienes renunciaron a sus cargos en son de protesta.
Otros países también objetaron lo declarado por el mandatario estadounidense, advirtiendo que Daesh sigue representando una amenaza para la seguridad del Medio Oriente y del mundo. El ministro de Defensa francés, Florence Parly, explicó que el Estado Islámico “ha sido debilitado más que nunca”, pero su peligro sigue siendo latente.
Asimismo, el Ministerio de Relaciones Exteriores británico manifestó que, aunque este movimiento yihadista ha sido expulsado de la mayor parte de las áreas que previamente controlaba, “Daesh se mantiene como una amenaza”. Declaración que cobra peso con el reporte de las Naciones Unidas de agosto de 2018, el cual estima que en Irak y Siria aún existen entre 20.000 y 30.000 miembros del Estado Islámico, de los 33.000 que se creía componían sus filas en 2015.
El Soufan Center, organización dedicada al estudio de la seguridad global, señaló, en una de sus investigaciones más recientes, que alrededor de 5.000 militantes de Daesh han regresado a sus países de origen, incluyendo 1.600 tunecinos y saudíes, 425 británicos, 400 rusos y 300 alemanes. En alerta máxima están las autoridades de estos Estados por posibles represalias terroristas en sus territorios. Además, se denuncia que las filiales del Estado Islámico recogen en Libia, Somalia, Yemen, Afganistán y Filipinas, por lo menos, 7.000 adeptos.
El ataque suicida del pasado miércoles 16 de enero en la ciudad siria de Manbij, que dejó un saldo de 19 muertos (cuatro de los cuales eran estadounidenses), que fue reivindicado por Daesh, también parece contrariar las palabras de Trump que, cumpliendo una promesa electoral, espera sacar de Siria a, aproximadamente, 2.000 soldados. No obstante, el mismo día del atentado, Mike Pence, vicepresidente de EE. UU., aparentemente desconociendo lo sucedido, dijo que “el Califato se ha desmoronado e ISIS (Daesh) ha sido derrotado”.
El Estado Islámico, cuyo poder tuvo apogeo en 2014, cuando controlaba un territorio del tamaño de Gran Bretaña en Siria e Irak y gobernaba con su versión radical de Sharia (ley islámica) para ocho millones de personas, no es ni la sombra del califato declarado por su líder Al-Bagdadi. Sin embargo, exhibirlo como un animal extinto es apresurado y peligroso, pues es ignorar la realidad del terreno y la naturaleza polifacética de los grupos radicales que, como Al-Qaeda o los Talibán, logran sobrevivir los percances del tiempo y la guerra, vivitos y coleando.