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La muerte es un tema complicado y doloroso. Algunos mencionan la importancia de prepararnos para cuando llegue pero, honestamente, es algo que no creo que sea fácil o real. No hablo de nuestra propia muerte, hablo de la muerte de aquellos que queremos, de esos tesoros que a veces en el día a día desconocemos como tal y en el deseo constante de que ese momento no llegue.
Lo irónico de esto en muchos casos es tener el temor de perderlos y no ser capaz de disfrutarlos cuando están, y sí, hablo de nuestros padres.
Disfrutarlos desde los más sencillos y simples instantes. Como hijos, en muchas ocasiones los vemos hasta de forma negativa y los tratamos como si fueran nuestros enemigos y no, solo conocen el mundo y los lados oscuros de este, que quisieran nunca soltarnos para no vernos sufrir.
Pero crecemos y entendemos cómo funcionan las cosas, cuál es su labor en nuestras vidas, pero al volvernos adultos vamos alejándonos de esos brazos que solo desean vernos felices.
El tiempo, el trabajo, los planes y la familia que se construye comienzan a ser prioridad y lo saben. Mamá y papá saben que es la “ley de la vida”; ellos lo hicieron igual y son felices al vernos hacerlo. Pero creo que se falla en esa “ley de la vida” al pensar que al vivirla no los necesitamos. Se falla también al pensar mientras los tenemos y con el pensamiento de quererles pagar todo lo que nos dieron, materializar el amor a ellos.
Se vuelven el reto de regalar lo más caro, la competencia entre hermanos, la preocupación por los regalos del día del padre, madre y navidad, pero en muchas ocasiones no hay una llamada en el día, se vive a media hora, pero solo visitamos en cumpleaños o fechas especiales, no hay un postre una rosa o simplemente un abrazo.
He escuchado la preocupación por pagar el viaje, por comprar la ropa cara, por comprarles el mercado si es necesario, pero también he escuchado de esa otra parte el “ojalá cuando traiga el mercado se quedara a charlar un rato”, “no quiero zapatos, solo me gustaría salir a caminar junto a él”, “quisiera que escuchara mis anécdotas que cuando era más joven no logré contar”.
Disfrutarlos, llegar a casa de papá y mamá y en un abrazo descansar porque no hay lugar más seguro, el estar en el comedor y disfrutar una cena sin importar cuanto tarde o qué comamos porque estamos ahí; es ayudarlos a comprender el mundo actual sin juzgarlos por no conocerlo, en validarlos como los únicos con autoridad para subirnos la voz más aún cuando se lo aceptamos a más de uno que no nos han aportado en nada.
Disfrutarlos es no desconocer que son personas con una historia que desconocemos, porque se han guardado mucho solo para no vernos sufrir, sin juzgar sus acciones, porque siempre hemos pedido que no nos juzguen.
Lo difícil de todo esto es que no hay una receta de pasos exactos para que el día que no estén, aunque duela, sepamos con total certeza que al cerrar sus ojos no tuvieron duda de que los amábamos, pero más vale intentarlo que llorar porque el tiempo no fue suficiente.
Que nunca les falte nada, pero sobre todo que nunca les falte amor. Disfrutemos la vida de los seres que amamos, ya que al final lo único que queda es la certeza de lo hecho y no el anhelo de lo que pudo ser.