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Por Diego H. Rodríguez*
El pasado jueves 30 de abril, el DANE publicó las cifras del mercado laboral con corte a marzo de 2020. Antes y después, la atención mediática estuvo enfocada en cómo el impacto de los primeros días de cuarentena iba a afectar la tasa de desempleo, que, según la entidad, se ubicó en 12,6 %, 0,5 puntos porcentuales (pp) por encima de la de febrero y 1,8 pp superior a la de marzo de 2019. Si bien es un incremento importante, lo cierto es que entre las cifras de marzo, abril y los meses que dure a plenitud el aislamiento preventivo obligatorio, no es la tasa de desempleo la que debería tener el foco de atención.
Por un tema logístico de la cuarentena, quien pierda su empleo encontrará barreras como el propio aislamiento para empezar una búsqueda activa de un nuevo trabajo, y temporalmente preferirá “desistir” y sobrellevar este tiempo financiándose ya sea con recursos propios (ahorros), endeudamiento y/o con las ayudas otorgadas por el Estado. Es decir, el flujo de población durante la cuarentena no se da plenamente de ocupación hacia desocupación, sino de ocupación a inactividad. Es más, la tasa de desempleo de 12,6 % aumentó en marzo, no tanto porque se hayan reportado más personas desocupadas (el numerador), sino porque cayó la población económicamente activa (el denominador), lo cual es factible que también haya sucedido en abril.
Lo más relevante de las cifras publicadas el jueves es que el mercado laboral expulsó a aproximadamente 1,5 millones de ocupados en un mes, que, por ahora, pasaron en gran medida a la inactividad (los inactivos aumentaron 1,7 millones). Este resultado deja a marzo como el mes con mayor expulsión de personas ocupadas en toda la historia de la serie que se tiene desde 2001, al tiempo que la tasa de ocupación se ubicó en 51,7%, la más baja desde enero de 2009. Y lo más preocupante es que abril muy posiblemente fue peor. Siendo muy optimista, en el cuarto mes del año se habrían quedado sin trabajo otro millón y medio de personas.
En el mejor escenario, contemos con que a finales de abril tenemos seis millones de personas desempleadas: la mitad ya venía sin trabajo desde febrero, y otros tres millones habrían perdido su trabajo durante los últimos dos meses. Lo que sucede, a la luz de las cifras oficiales, es que esos tres millones no estarán estrictamente en las estadísticas de desocupación, sino en las de inactividad. Pero, a fin de cuentas, es un “desempleo dormido” que más temprano que tarde será contabilizado como desempleo en sentido estricto, a menos, claro, que se ocupen. Eso, sin contar los inactivos que había desde antes de la crisis y que ahora decidan sumarse a la oferta laboral.
Un cálculo de servilleta del mercado laboral a finales de abril: seis millones de desempleados, 19 millones de ocupados —20,5 millones que se reportaron con corte a marzo menos 1,5 millones que habrían perdido su trabajo en abril, en el mejor de los casos— y 14,7 millones de inactivos —suponiendo la misma cantidad que en febrero—. Como resultado para abril, la tasa de desempleo habría llegado a 24 %. Recordemos que la cifra más alta reportada con la metodología de la Gran Encuesta Integrada de Hogares fue de 17,9 % en enero de 2002. Esa es la nueva realidad a la que nos debemos enfrentar.
* Economista.