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Hay tantos momentos en que la cabeza se convierte en nuestro peor enemigo. Considero que no hay arma más peligrosa que una cabeza sin ocupación, aunque es triste pensar que no merecemos estar en descanso. Eso tal vez pasa cuando sentimos que no tenemos nada resuelto en la vida, que se estanca, que no somos de amigos; en momentos así los amigos hacen falta, pero no hay un interés real en buscarlos porque no quieres tener que decir que estás bien cuando en tu cabeza solo quisieras gritar y desaparecer.
Pasan tantos planes por la cabeza: que si hago yoga, gimnasio, natación, que si camino, que si pruebo algo nuevo. Algo pasa internamente, es una sensación que no permite que uno tome acción, es una dualidad entre sentir terror por no hacer nada y terror por la posibilidad de hacerlo. La vida pasa frente a los ojos y se pueden escuchar mil consejos de cómo el deporte o salir con amigos ayudarán, pero simplemente no se quiere.
¿Cuál es el problema con la insistencia en salir de la zona de confort? ¿Por qué despreciamos tanto la idea de sentirnos a gusto en un lugar o haciendo algo en específico? Siempre inconformes, buscamos cambios, cuando el cambio cuesta, duele, cansa y desgasta. No lo considero conformismo. Uno puede hacer y crecer en muchas cosas, rodeado de un ambiente positivo, de un ambiente que se disfrute, pero siempre está la idea de querer ser algo que ni siquiera sabemos qué es.
Otra técnica infalible para encontrar el control, sea lo que signifique esto, es escribir una lista de cosas por hacer en la vida. Lo cual, al final, considero que es un intento desesperado de replicar los clichés de películas románticas donde, claro, todo es fácil si la que hace la lista es alguien que morirá en pocos meses —en las historias más trágicas— o va a encontrar el amor —en la versión rosa—, porque nunca se muestra el después. La lista, en muchas ocasiones, se convierte en un sinnúmero de pequeñas frustraciones, porque aun cuando se está escribiendo se sabe que eso no va a pasar en mucho tiempo, si es que pasa, y vuelve a caer uno en la pregunta: ¿qué hago ahora?
El problema es ese y pensar en un futuro no ayuda cuando el presente se ve solo negro. Lo peor es el momento de buscar soluciones. Te imaginas a muchas personas que se verán afectadas con lo que decidas y no porque sus vidas vayan a terminar, sino porque su opinión afecta más de lo que queremos aceptar y buscamos actuar en función de otros.
Creo, aun sin saber la solución a tantas preguntas, que todo sería más fácil si solo importara nuestra opinión y el mundo no dijera nada. Que, siendo o haciendo lo que queramos, al mundo solo le importe que esté bien. Mientras mis acciones no lastimen a otros son mi problema y no tienen nada que ver con el amor de otros por uno. Al final, no deberíamos ser un chequeo de criterios cumplidos y metas logradas. Creo que lo único que importa es que, por alinearnos a la lista de chequeo del mundo, el cierre de la vida llegará y no necesariamente con arrugas y falencias de la vejez. ¿Y si nos morimos mañana? Lo peor es que al morir, en ese momento, sí seremos perfectos; no importarán el trabajo, la profesión ni el dinero en la cuenta. Al final no hay muerto malo.