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Un ‘show’ más


María José Lobo Arévalo
14 de octubre de 2024 - 05:00 a. m.

Estamos siendo testigos de la “inminente” posibilidad de una batalla de lucha libre más entretenida que las de la WWE: Nicolás Maduro y Elon Musk en un ring con forma de X. ¿Qué hay en juego? El fin de la dictadura en Venezuela o un viaje de Maduro a Marte patrocinado por Musk. Por suerte, el dictador venezolano cuenta con el espíritu de Bolívar, de Chávez, ¡y cómo no!, del grandísimo Maradona, por si el duelo se define con un partidito de fútbol.

Sí. No hay gran diferencia entre los espectáculos que nos proporcionan con generosidad algunos políticos y cualquier reality: infidelidades, escándalos, sentimientos a flor de piel… Entretenimiento político o politainment, como dirían los académicos.

“GET OUT, ELON MUSK”, gritó repetidamente Nicolás Maduro en la Gran marcha de las comunas y los movimientos sociales por la paz del 8 de agosto. Mientras los aplausos y los gritos saltaban de un lado a otro ante sus aclamaciones, iban sumándose los 1.780 arrestos identificados por la ONG Foro Penal que han sido ejecutados en Venezuela desde el día siguiente de las elecciones hasta el 26 de agosto. El país en crisis y el comandante peleándose con la aplicación X, la cual duró restringida más de diez días, y rechazando cualquier aparato imperialista que tenga el descaro de promover un “golpe de estado cibernético, fascista y criminal” en su democrática nación.

Si bien la “espectacularización” de la política no es un fenómeno reciente, la proliferación de nuevos medios de entretenimiento ha hecho más sencilla nuestra fascinación por consumir espectáculos políticos en la cama y con palomitas.

No creo que no nos demos cuenta de que dichos espectáculos pretenden apartar nuestra visión de algo más grande y problemático. Al final, es como querer esconder un elefante en una habitación poniendo delante de él un payaso, algunas veces ridículo, otras inteligente. El elefante es tan grande que es imposible no notarlo, pero, aun siendo conscientes de su presencia, es el payaso, por burlón y llamativo, el que se roba nuestro tiempo y criterio.

Además de la riña con el magnate, Maduro propuso un espectáculo mítico para su función. El 17 de agosto se refirió a María Corina como “la Sayona” –mujer que protagoniza una leyenda venezolana–. “Nosotros estamos enfrentados contra los demonios… Ellos tienen un pacto con la iglesia satánica de Estados Unidos”, mencionó. Aunque no soy compasiva con dictadores, sentí algo parecido al pesar cuando vi lo que comentó esta iglesia satánica al repostear la afirmación de Maduro: “Estúpido”.

Ahora bien, el mandatario venezolano, aunque en apariencia demuestre lo contrario, es cualquier cosa menos estúpido. Sabe bien que el tiempo es uno de sus recursos más valiosos y, por eso, su mejor estrategia política es hacer que los demás lo pierdan. El tiempo acostumbra. Por eso, mientras se “paisajiza” el horror y las muertes, entretengámonos con un espectáculo repleto de enemigos ficticios.

Todo esto me recuerda a uno de mis constantes dilemas cuando veo videos “basura” en redes sociales: ¿cómo hay gente que gana dinero haciendo esto? Me parece escuchar, con un tono de reproche, a mi mamá: “hacen eso porque hay quien los ve”. Y, aunque no creo que podamos escapar de lo que Maduro diga o haga, dada su relevancia política y coyuntural, me temo que los shows mediáticos encuentran aliento en quienes los consumen con una especie de morbo y hacen de ellos lo más hablado: el centro de serias y profundas conversaciones políticas de barrio.

Aunque quisiera que la realidad fuera otra, este tipo de escenarios no son solo el recurso favorito de dictadores en apuros. También bajo la democracia los espectáculos políticos son igualmente apetecidos por un público que ignora conscientemente que no solo se trata de entretenimiento, sino de las actuaciones de aquellos a quienes ha elegido para tratar los asuntos del Estado en el que vive y bajo el cual se rige.

¿Cuál es el peligro inmediato de todo esto? No es la paliza que recibirá Elon Musk, sino una opinión pública llena discusiones superficiales y, por lo tanto, vacía. No es el viaje a Marte de Maduro, sino la delgada línea que se ha trazado entre políticos y estrellas de la cultura pop. No es una tragedia romántica entre Verónica Alcocer y Petro por los videos de Panamá, es la generalización de análisis pobres y sensacionalistas.

Por ahora, solo espero que los países y su gente no terminen derrumbados antes de que se acabe esta serie, protagonizada por políticos, que pinta a ser más larga que la mismísima Elif.

Por María José Lobo Arévalo

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