Universidades para la vida
Hugo Alberto Suárez Garavito
A pesar de la creciente tendencia a promover la salud mental entre el público joven, parece que las instituciones están más preocupadas por las implicaciones negativas que podría conllevar perder un estudiante en circunstancias que puedan manchar su imagen. La gestión y el tratamiento de los casos de depresión y deserción no parecen efectivos ante los recientes hechos. Entonces, ¿qué pueden hacer las universidades?
Luego de la muerte de Telvia Rendón, una joven de 23 años encontrada sin vida en una habitación de hotel en Bucaramanga, la Universidad Industrial de Santander publicó un comunicado en su cuenta de X aclarando que Telvia no hacía parte de la institución desde el 28 de julio de 2023. Esta declaración, aunque formal y explícita, muestra el principal interés de la institución: desvincularse de la polémica. Muchos criticaron este comunicado, que, si bien no constituye una agresión directa a Telvia, sí revela los verdaderos intereses de algunas instituciones. ¿Por qué hacer énfasis en la fecha de deserción? Las autoridades podían verificar el estado académico de la joven con los documentos correspondientes.
El 11 de mayo de este año, otro estudiante conocido como Pinky, exponente del arte urbano en Bucaramanga, también falleció, enlutando a la comunidad universitaria. Cualquiera que transitara por las calles pudo encontrarse con sus grafitis del chico de gorra rosa, quien impactó positivamente el arte en una ciudad de calles y edificios grises. A pesar de la reserva sobre las causas de su muerte, personas cercanas mencionaron situaciones psicológicas y otros factores que quizás intervinieron. Pinky estaba a punto de graduarse como artista plástico, pero ahora solo quedan los homenajes y sus características ilustraciones.
Lamentablemente, el 21 de mayo, 10 días después del fallecimiento de Pinky, Norffer Araque, estudiante de las Unidades Tecnológicas de Santander, fue encontrado sin vida en un salón de clases. Algunos de sus compañeros culparon a la universidad por la gran presión académica a la que son sometidos los jóvenes. Norffer cursaba el cuarto semestre de Topografía y su vida terminó en lo que se presume también fue un suicidio.
Hay quienes consideran que la salud mental no debe ocupar un lugar entre las prioridades de las universidades, ignorando la regularidad de estos casos fatídicos y las implicaciones emocionales que conlleva cursar una carrera universitaria. Noches en vela, escasez económica, soledad y depresión son solo algunos de los factores que influyen en la toma de decisiones.
Las universidades y el Gobierno nacional deben enfrentar el problema no como sucesos aislados, sino desde la complejidad del fenómeno, teniendo en cuenta la importancia de un comité ético que analice y debata los comunicados oficiales antes de ser publicados, la proporción de psicólogos respecto a la cantidad de estudiantes, la capacitación del personal administrativo y docente para manejar y remitir casos alarmantes, la oferta de oportunidades y auxilios económicos a estudiantes, la comprensión de la educación en términos cualitativos y no solo cuantitativos, la regulación de la carga académica y la revisión de los planes de estudio y contenidos curriculares. Todo esto debe construirse no desde la administración, sino desde el diálogo continuo con la población estudiantil.
Mientras las universidades sigan aceptando cancelaciones de matrícula sin miramientos, mientras una cita psicológica tarde cuatro semanas y mientras los docentes y administrativos practiquen un trato hostil o desconsiderado, seguirán presentándose casos de depresión y suicidio entre estudiantes con más posibilidades y deseos que la muerte.
A pesar de la creciente tendencia a promover la salud mental entre el público joven, parece que las instituciones están más preocupadas por las implicaciones negativas que podría conllevar perder un estudiante en circunstancias que puedan manchar su imagen. La gestión y el tratamiento de los casos de depresión y deserción no parecen efectivos ante los recientes hechos. Entonces, ¿qué pueden hacer las universidades?
Luego de la muerte de Telvia Rendón, una joven de 23 años encontrada sin vida en una habitación de hotel en Bucaramanga, la Universidad Industrial de Santander publicó un comunicado en su cuenta de X aclarando que Telvia no hacía parte de la institución desde el 28 de julio de 2023. Esta declaración, aunque formal y explícita, muestra el principal interés de la institución: desvincularse de la polémica. Muchos criticaron este comunicado, que, si bien no constituye una agresión directa a Telvia, sí revela los verdaderos intereses de algunas instituciones. ¿Por qué hacer énfasis en la fecha de deserción? Las autoridades podían verificar el estado académico de la joven con los documentos correspondientes.
El 11 de mayo de este año, otro estudiante conocido como Pinky, exponente del arte urbano en Bucaramanga, también falleció, enlutando a la comunidad universitaria. Cualquiera que transitara por las calles pudo encontrarse con sus grafitis del chico de gorra rosa, quien impactó positivamente el arte en una ciudad de calles y edificios grises. A pesar de la reserva sobre las causas de su muerte, personas cercanas mencionaron situaciones psicológicas y otros factores que quizás intervinieron. Pinky estaba a punto de graduarse como artista plástico, pero ahora solo quedan los homenajes y sus características ilustraciones.
Lamentablemente, el 21 de mayo, 10 días después del fallecimiento de Pinky, Norffer Araque, estudiante de las Unidades Tecnológicas de Santander, fue encontrado sin vida en un salón de clases. Algunos de sus compañeros culparon a la universidad por la gran presión académica a la que son sometidos los jóvenes. Norffer cursaba el cuarto semestre de Topografía y su vida terminó en lo que se presume también fue un suicidio.
Hay quienes consideran que la salud mental no debe ocupar un lugar entre las prioridades de las universidades, ignorando la regularidad de estos casos fatídicos y las implicaciones emocionales que conlleva cursar una carrera universitaria. Noches en vela, escasez económica, soledad y depresión son solo algunos de los factores que influyen en la toma de decisiones.
Las universidades y el Gobierno nacional deben enfrentar el problema no como sucesos aislados, sino desde la complejidad del fenómeno, teniendo en cuenta la importancia de un comité ético que analice y debata los comunicados oficiales antes de ser publicados, la proporción de psicólogos respecto a la cantidad de estudiantes, la capacitación del personal administrativo y docente para manejar y remitir casos alarmantes, la oferta de oportunidades y auxilios económicos a estudiantes, la comprensión de la educación en términos cualitativos y no solo cuantitativos, la regulación de la carga académica y la revisión de los planes de estudio y contenidos curriculares. Todo esto debe construirse no desde la administración, sino desde el diálogo continuo con la población estudiantil.
Mientras las universidades sigan aceptando cancelaciones de matrícula sin miramientos, mientras una cita psicológica tarde cuatro semanas y mientras los docentes y administrativos practiquen un trato hostil o desconsiderado, seguirán presentándose casos de depresión y suicidio entre estudiantes con más posibilidades y deseos que la muerte.