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Las sociedades que tienen la mejor calidad de vida en el mundo son aquellas cuyo destino no depende de unos pocos líderes. Nada más peligroso que concentrar el poder en pocas manos. Nada más arriesgado que depender de líderes mesiánicos que se creen poseedores de la verdad revelada, porque se atornillan en el poder mediante el engaño, la violencia o la corrupción, para servir tan solo a sus intereses.
El progreso de una comunidad es mayor, más estable y armónico cuando es el producto del liderazgo colectivo. ¿En qué consiste este tipo de liderazgo? Sucede cuando todos los ciudadanos, sin distingo alguno, desarrollan sus habilidades propias de liderazgo. Porque todas las personas, en cualquier actividad que desempeñen, pueden y deben aprender a liderar. Los líderes no nacen, se hacen.
¿Qué es liderar? Hay centenares de definiciones, pero creo en la idea del liderazgo como la huella positiva que dejamos en nuestra vida. Dicho aporte al bienestar general se puede hacer en todo tipo de labores, en todos los ámbitos, en todas partes. No importa el tamaño de la huella, lo que cuenta es hacer una contribución que mejore el estado de las cosas. Es cierto que hay unos líderes cuya huella es mayor, pero insisto en que todos tenemos el potencial de dejar un legado valioso, en algún grado, de alguna manera. Y la sumatoria de todos esos frutos, acumulados a lo largo del tiempo, es lo que genera el verdadero avance de las naciones.
En Colombia hay millones de líderes anónimos dejando numerosas y hermosas huellas. A lo largo y ancho de nuestra geografía encuentra uno gente que en medio de enormes dificultades, haciendo inmensos sacrificios personales, está contribuyendo a la creación de un mejor país. Como profesor de liderazgo y como periodista, he entrevistado a miles de hombres y mujeres cuya creatividad, bondad y generosidad, material y espiritual, me conmueven. Personas cuya calidad humana es superior a la de muchos líderes poderosos y famosos.
Pero a centenares de ellos los están matando. Desde la firma del Acuerdo de Paz, en noviembre del 2016, han asesinado a 627 líderes sociales de Colombia. Esta es una gran tragedia, cuya dimensión muchos no reconocen, anestesiados por tantos años de violencia que hacen que los asesinatos sean simplemente un dato más del día. ¡Qué triste y preocupante haber llegado a tal grado de indiferencia ante la barbarie! Como sociedad no reaccionamos con vigor ante el desangre fratricida y el desgarrador dolor de las familias destrozadas por las balas que segaron las vidas de sus seres queridos.
Debemos sentir cada una de esas horribles muertes como si fuese la de un hermano, una hija, un padre o una madre, un amigo del alma o la propia. Tenemos que entender que los violentos y los corruptos están acabando con la esperanza de fortalecer y multiplicar el liderazgo colectivo que tanto necesita Colombia para poder ser un lugar justo, amable y próspero para los hijos de todos.