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La Cámara de Representantes hace dos días, y en abrumadora mayoría, decidió rechazar las objeciones que por inconveniencia había formulado el presidente Duque respecto de la Ley Estatutaria de la JEP.
Con el voto de 110 representantes, esa corporación decidió darle la espalda y derrotar con contundencia al presidente Duque y al Centro Democrático (CD) en su perverso propósito de hacer trizas la paz. Decidieron entonces, y sin mermelada alguna (convicción pura), respaldar a millones de colombianos, que más allá de las diferencias sobre algunos aspectos puntuales de lo convenido con las Farc, queremos la pronta implementación de los acuerdos.
Aunque es evidente que el gobierno, el CD y el uribismo en su vertiente más recalcitrante y guerrerista son los grandes derrotados con el certero hundimiento de las objeciones, lo más y realmente importante es que quienes salimos victoriosos fuimos los millones de colombianos hastiados de la guerra y que vemos en la paz el camino hacia la construcción de un mejor país para nuestros hijos y nietos, que al final de cuentas, son quienes gozarán de ella a plenitud.
Sin embargo, no deja de preocupar la mezquindad política en que estamos envueltos en medio de las discusiones sobre algo tan elemental como el hecho de que siempre será mejor vivir en paz que en guerra. Todos los colombianos, unos por unas razones y los demás por otras, tenemos glosas sobre lo acordado, incluso, quienes desde el principio hemos sido generosos y solidarios con el proceso. Obviamente en estas cosas de la paz y de la guerra todos tenemos prejuicios, sufrimientos, recuerdos y experiencias, pero siempre será mejor una paz imperfecta que una guerra perfecta.
La polarización enceguece y no deja ver, ni siquiera, el hecho de que este proceso de paz con las Farc, con sus aciertos y desaciertos, ha sido el único en el que hemos contemplado algo de verdad, justicia, reparación y no repetición, pues todos los anteriores tuvieron a la total impunidad como común denominador (M-19, Quintín Lame, EPL, etc.).
El problema de la polarización frente al proceso de paz con las Farc no es otro que la ruindad del expresidente Uribe. Él, por su forma de ver la política y la vida, y por la esencia de su extraña “condición” humana, ha logrado convencer a miles y miles de colombianos a punta de argumentos fantasiosos y falaces, aunque populares y populistas, que lo peor que hemos hecho en los últimos años es haber llegado a un acuerdo con las Farc. Y todo, porque no fue él quien lo consiguió, sino su actual y más poderoso contradictor, al que incluso llama traidor.
Estoy seguro de que si una paz igualita, o incluso con más concesiones, hubiese sido firmada en el gobierno de Uribe, hasta sus contradictores lo hubiéramos acompañado en ese propósito nacional y hoy no existiría esta inverosímil polarización.
La paz no es mala. Aquí lo que para algunos se volvió malo es que esa bendita paz no la firmó Uribe sino Santos. Pero como no podemos cambiar esa realidad, quienes queremos la paz la seguiremos defendiendo; no porque sea la paz de Santos, sino porque es la paz de Colombia.