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Los animales y la izquierda

César Rodríguez Garavito
17 de octubre de 2014 - 02:55 a. m.
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Nunca he entendido por qué la solidaridad y la compasión igualitaria que inspiran a la izquierda suelen agotarse cuando las víctimas no son personas sino animales.

O por qué intelectuales como Antonio Caballero o Alfredo Molano, en su defensa incondicional de los toros, se resisten tanto como el procurador Ordóñez a debatir la crueldad contra los animales. Menos aún los motivos de los defensores de derechos humanos que no toman en serio la discusión creciente sobre los derechos de los animales.

Por eso fue una grata sorpresa encontrarme con un texto que acaba de publicar Will Kymlicka, el reconocido filósofo canadiense. En “Los derechos de los animales, el multiculturalismo y la izquierda”, Kymlicka y Sue Donaldson ayudan a entender por qué muchos progresistas pueden ser tan refractarios como los conservadores a discutir “ese crimen de proporciones inauditas”, como llama el novelista J.M. Coetzee al sufrimiento innecesario que se inflige a los animales no humanos en criaderos y mataderos hacinados, laboratorios, circos, zoológicos y otros lugares.

Algunas razones son comunes a izquierda y derecha. Tomar en serio el asunto suscita cuestiones morales y legales espinosas, que espero discutir en otras columnas. Y acarrea costos prácticos como cuidar qué se come, ya sea para no consumir productos animales (en la versión vegetariana o vegana) o productos hechos en condiciones que minimicen el sufrimiento animal (en la versión carnívora). Pero hay razones específicas de muchos progresistas, tanto más nocivas para la causa del bienestar animal cuanto ellos serían los llamados a apoyarla, como lo han hecho con otros grupos desaventajados.

Quizás el argumento más común es que preocuparse por el sufrimiento animal le restaría atención al de millones de humanos que viven en condiciones inhumanas. Con algo de sorna, una columna reciente en estas páginas criticaba que se dedicara tiempo a debatir la suerte de Excálibur, el perro de la enfermera española contagiada de ébola, mientras que cientos de humanos sucumben a la enfermedad.

El argumento es entendible pero impreciso. La realidad es la contraria: en estudios psicológicos que cita Kymlicka, quienes reconocen valor a los animales son también más solidarios con grupos humanos desaventajados. De ahí que las teorías de la justicia igualitarias, desde Martha Nussbaum hasta Peter Singer, avancen hoy hacia la extensión de estatus moral al menos a los animales sintientes.

Otro argumento que ha hecho carrera es que regular los tratos crueles contra animales como los toros o los gallos de pelea va en contravía de los derechos de las minorías culturales. Pero los mismos progresistas no tienen ninguna objeción contra leyes que ya prohibieron otras prácticas culturales, como la exhibición de animales en los circos o las peleas de perros.

“La verdad es que los animales son los grandes huérfanos de la izquierda”, me dijo Kymlicka en un panel que compartimos por estos días. Ya va siendo tiempo de adoptarlos.

 

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