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Una encuesta hecha en Francia sugiere que la armonía en la iniciativa y la frecuencia de las relaciones sexuales es factible.
Así sean ellos los que proponen, la mayor actividad en la cama también es bienvenida por ellas. Hay un quiebre cerca de los tres encuentros semanales que preocupaban a Annie Hall, a partir del cual la satisfacción femenina sube. Y cuando se supera el encuentro cotidiano, 75 % de las mujeres se declaran muy satisfechas con su vida sexual, contra sólo un 36 % en las frecuencias bajas. Además, los franceses confirman que, con cualquier equilibrio, ellos siempre quisieran más.
Interesa entender esta brecha permanente entre las ganas femeninas y las masculinas que persiste incluso en la liberal Francia. Para eso es sensato apoyarse en escritos femeninos. Natalie Angier es una ensayista que habla de hormonas y comparaciones con otras especies. Lo hace con destreza en Woman: An Intimate Geography. Su observación básica es que en las hembras animales mecánica sexual y motivación están muy atadas. El estrógeno manda sobre el cuerpo y el apetito sexual. En las primates ya se observa más juego y “los efectos de las hormonas en el comportamiento sexual se focalizan en mecanismos psicológicos, no físicos”. Esto les permite tener sexo en distintos contextos y utilizarlo con fines económicos o políticos. De todas maneras, una sobrecarga de hormonas tiene repercusiones.
En los seres humanos, motivación, deseo y comportamiento involucran al cerebro. El forcejeo entre conductas intencionales e impulsos es permanente. El autocontrol, superior al de cualquier otra especie, no es infalible: quedan trazas de antepasados menos cerebrales. Cuando una mujer llega a la adolescencia, la sexualidad se activa, consciente e inconscientemente. Los cambios por la menarquia son fundamentalmente hormonales. El impacto del patriarcado, el machismo o la religión es más tenue. Afirmar que la sexualidad depende de las hormonas sigue generando recelo: se impuso el discurso de cómo deberían ser las cosas. Pero para cambiar las costumbres, las normas o las leyes es necesario entender cómo las hormonas afectan las conductas.
A pesar de actuar a través de muchos intermediarios, el estrógeno tiene que ver con el deseo femenino y, por esa vía, con la frecuencia preferida para el sexo. No se trata de leyes mecánicas, o animales, tipo “las mujeres quieren más mientras están ovulando”. Pero ciertas alteraciones tienen efectos. No hay asociación directa y automática entre los niveles de estrógeno y la excitación física. Pero inconscientemente, allá abajo, pasan cosas que sólo sofisticados aparatos detectan. Y se llega así a simpáticas situaciones en las que “los genitales femeninos se congestionan con firmeza mientras las mujeres miran pornografía que luego describen como estúpida, trivial y poco erótica”.
Un eventual síntoma de aumento en el deseo femenino sería la proporción de ocasiones en las que la mujer toma la iniciativa para el sexo. Este indicador es complicado pues depende, entre muchos otros factores, del tipo de contracepción. Las píldoras, por ejemplo, alteran las oscilaciones hormonales. Cuando el método es a la vez confiable y no hormonal —como un parejo con vasectomía—, se ha observado que las mujeres también tienen más tendencia a pedirlo en el pico de la ovulación que durante los demás días del mes. Las subidas de estrógeno presionan.
Estudios muy interesantes se han hecho con parejas lesbianas. Sin temor al embarazo, ni hormonas perturbadoras, libres de las presiones y manipulaciones de los machos insaciables, se ha encontrado que “es un 25% más probable que tengan relaciones sexuales y alcancen el doble de orgasmos hacia la mitad de su ciclo”.
Un experimento con 500 mujeres que tomaron diariamente su temperatura basal y registraron la intensidad de sus ganas muestra una sólida concordancia entre el deseo y la cercanía de la ovulación. El asunto, además, se refuerza pues esas mayores ganas, a su vez, las perciben inconscientemente los hombres que están cerca de las mujeres. Aún no se sabe si es a través de las feromonas o de señales corporales inconscientes, pero se ha encontrado una extraña asociación entre el ciclo ovulatorio de las bailarinas de striptease y las propinas que reciben.
El estrógeno sensibiliza al máximo los sentidos de las mujeres. Visión y olfato, por ejemplo, mejoran considerablemente con la ovulación. La principal característica del estrógeno es que su efecto depende del contexto. No da órdenes ciegas del tipo “vaya y tenga sexo”, sino que refina las antenas femeninas para percibir señales que en otras oportunidades pasarían desapercibidas.
Con la menopausia los niveles de estrógeno decrecen y, consecuentemente, sus efectos sobre el deseo femenino también. El estrógeno es sobre todo activo entre las jóvenes, que necesitan indicaciones y orientación. Esas que a veces quedan embarazadas sorpresivamente, tal vez porque no supieron administrar los cíclicos y súbitos excesos de demanda por sus hormonales encantos.