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Así se llama un bello y profundo libro de Tzvetan Todorov, uno de los más agudos pensadores contemporáneos, fallecido recientemente. La obra plantea una tesis sugestiva sobre los riesgos que enfrentan las democracias actuales, que vale la pena discutir en Colombia, sobre todo en estos períodos electorales.
La tesis de Todorov se asemeja a la planteada en otro texto que también amerita ser leído: el bestseller de los profesores de Harvard Levitsky y Ziblatt, llamado Cómo mueren las democracias. La idea de ambos libros es que las democracias de hoy no terminan debido a que son asesinadas súbitamente por enemigos externos, como un golpe militar, como sucedió con la democracia chilena en 1973, o por la agresión de un Estado totalitario, como aconteció con la III República Francesa, destruida en 1940 por la invasión nazi. Hoy las democracias acaban distinto: su muerte es lenta, al punto de que a veces no es fácil decir cuándo ocurre, y su muerte es obra de enemigos internos y no de asaltantes externos.
Esos enemigos internos son, según Todorov, principalmente tres: primero, el populismo, que invoca el apoyo de las mayorías para destruir los controles horizontales, como la independencia judicial, que son elementos esenciales del Estado de derecho, que es a su vez una condición necesaria para que subsista una democracia digna de ese nombre. Segundo, el mesianismo político, de quienes sienten tener una tarea tan importante para cumplir que deben actuar libres de cualquier atadura jurídica. Tercero, el neoliberalismo, que rompe las solidaridades sociales, las cuales son esenciales a la cohesión de la comunidad política y que provoca, además, un incremento extremo de las desigualdades económicas, que mina la democracia. Al fin y al cabo, como dijo hace ya más de dos siglos Rousseau, para que la democracia subsista es indispensable que “ningún ciudadano sea tan rico como para poder comprar a otro, ni ninguno tan pobre como para que se vea obligado a venderse”.
Esta amenaza a la democracia por sus enemigos internos no tiene un claro color político, pues a veces los ataques vienen desde la izquierda, a veces desde la derecha.
Un ejemplo de una democracia erosionada desde la izquierda es Venezuela: Hugo Chávez, un líder carismático con gran apoyo popular y triunfador en varias elecciones, consideró que tenía un mandato popular tan robusto y una tarea revolucionaria tan mesiánica que había que someter al Poder Judicial y a todos los órganos de control a la visión chavista. Eso no ocurrió de un día para otro, sino poco a poco, al punto de que no es fácil saber cuándo murió la democracia venezolana. Pero murió.
Un ejemplo de una democracia erosionada desde la derecha han sido los sucesivos gobiernos de Viktor Orbán en Hungría, quien ha ganado varias elecciones con base en una ideología nacionalista extrema, con tintes xenófobos. Orbán invoca sus triunfos populares y su tarea mesiánica de defender a Hungría de los migrantes para minar el Estado de derecho húngaro, sometiendo por ejemplo a la Corte Constitucional de ese país, que había sido un ejemplo de independencia y garantía de derechos en épocas anteriores. Si la democracia subsiste en Hungría, aunque gravemente amenazada, es tal vez por la presión ejercida por la Unión Europea, que ha limitado ciertas decisiones autoritarias de Orbán.
Una de las grandes dificultades para combatir a esos enemigos internos de la democracia es que usan el lenguaje y los instrumentos democráticos, como las elecciones, para minar la democracia. Algo a tener en cuenta al definir por quién votar el próximo domingo.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.