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Más allá de las cifras

Piedad Bonnett
14 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

Se asombra Vladdo de que en Colombia protestemos por el asesinato de George Floyd, y frente a hechos violentos que suceden aquí a diario ni siquiera nos mosquiemos. ¿Por qué? Puede ser que nos hayamos anestesiado y perdido capacidad de empatía ante niveles de violencia tan grandes e índices de impunidad tan altos. Pero la politóloga Arlene Tickner, en columna de este mismo miércoles, apunta a una causa más atroz. Según ella, aunque “la mayoría de las personas blancas o mestizas” nos consideremos antirracistas, “muchas practicamos una suerte de negación” que nos hace desentendernos de lo que les pasa a los afrodescendientes e indígenas. Muy buen enfoque. Uniéndome a varios columnistas, recojo las historias de vida de tres líderes asesinados, a fin de ponerles rostro y sacarlos de las meras cifras o de las escuetas noticias de los medios.

El maestro: Aulio Isarama Forastero era un joven de rasgos indígenas y mirada amable que dedicó su vida a la enseñanza en comunidades embera del Alto Baudó, Chocó. Tan evidentes eran sus condiciones de líder, que terminó siendo gobernador. El 24 de octubre de 2017 el frente Cimarrón del Eln hizo una reunión en Docasino, de carácter obligatorio para toda la población, y en ella Aulio protestó porque la guerrilla hiciera presencia en el resguardo y además reclutara a jóvenes indígenas. Sus amigos le recomendaron huir, pero él adujo que debía cumplir como gobernador y maestro. El 26 cuatro hombres lo sacaron de su casa con el pretexto de dialogar y lo asesinaron. Aulio recibió dos disparos en su espalda desnuda, pues lo sacaron de su casa sin camisa. Así, en estado de indefensión, y de manera cobarde, privaron a su comunidad de un líder valiente, sólo por rebelarse contra la violencia.

El reclamante: en las fotografías Porfirio Jaramillo Bogallo no representa los 70 años que tenía. Era un campesino fornido, con una expresión decidida. Con la fuerza que le daba el amor por su finca No hay como Dios, ubicada en Guacamayas, Turbo, de la que había sido despojado por los paramilitares de la casa Castaño, volvió a habitarla diez años después, en 2015. Dos veces más fue desplazado por amenazas que se atribuyen a milicianos del paramilitarismo. Aunque pidió protección, el Estado nunca se la dio. Volvió el 24 de diciembre de 2016, decidido a no dejarse expulsar de nuevo. Se dedicó a sus animales y a animar a otros desposeídos a recuperar su tierra. El 29 de enero del 17, cuatro hombres con machetes al cinto llegaron a su casa diciendo que eran funcionarios de la UNP que querían salvarlo de un posible asesinato. Al día siguiente encontraron su cadáver con heridas de arma blanca.

La activista: de Liliana Patricia Cataño no sabemos sino que era una mujer de 39 años, habitante del barrio El Socorro de la comuna 13 de Medellín, que lideraba repartición y reclamación de tierras en su zona, y que apoyó en su momento a los vecinos afectados por un incendio que destruyó sus viviendas. A Liliana, según informes policiales, la asesinó alias Pocho, un integrante de la estructura criminal “La Agonía”, muy seguramente porque había hecho denuncias sobre bandas que estaban vendiendo tierras que no les pertenecían.

Recordemos: según Indepaz, hasta el 17 de mayo ya iban 100 líderes asesinados.

 

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