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Atacar centros educativos como acto publicitario del terror islamista se está volviendo un triste lugar común.
Así lo han hecho los talibán de Pakistán y las milicias de Boko Haram en Nigeria. Ahora lo hace Al Shabab en Kenia, dejando 147 muertos en la Universidad de Garissa.
Al Shabab, que significa ‘La Juventud’, es un grupo armado somalí, nacido en un país desintegrado luego de años de confrontación entre señores de la guerra. Se basa en una lectura radical del Islam, se declaró hace algunos años parte de Al Qaeda y controla una parte importante del sur de Somalia.
Durante la década pasada hubo varios intentos de crear un gobierno somalí, que tuvieron como sede Nairobi, la capital de Kenia. De hecho, el Gobierno Federal de Transición somalí, funcionaba allí, tanto por la cercanía geográfica como por la gran presencia somalí.
Desde octubre de 2011 y hasta marzo de 2012, tropas de Kenia entraron Somalia para atacar a Al Shabab por su participación en numerosos secuestros, lo que fue respondido con la amenaza de llevar la guerra a Kenia.
Se calcula que hay presencia de Al Shabab en Kenia por lo menos desde 2009. En 2012, más del 22% de sus acciones fueron en territorio keniata. En septiembre de 2013 los islamistas atacaron un centro comercial, dejando 67 muertos y en junio de 2014 atacaron la ciudad de Mpeketoni, dejando por lo menos 20 muertos; pero esos no han sido los únicos ataques, sino que han ido sucediendo otras acciones de menor escala en los últimos años.
Al Shabab representa uno de los mayores problemas de seguridad de Kenia, país receptor de más de medio millón de refugiados somalíes, solo en los campos de Dadaab. Pero además, las tensiones internas étnicas y religiosas podrían ser caldo de cultivo para los radicales islamistas keniatas.
En Kenia hay 4,3 millones de musulmanes, el 11% de la población, muchos de ellos en condiciones de exclusión y pobreza. Allí, una red de mezquitas y escuelas financiadas por Arabia Saudita han empujado a un giro en ciertos sectores jóvenes de la comunidad musulmana, pasando de un credo sufista (más espiritual) a una práctica más salafista (digamos, más radical).
La respuesta del gobierno ha sido desatar una cacería de brujas mediante torturas, asesinatos y castigos colectivos a musulmanes, lo que en vez de debilitar a los radicales, los fortalece. Allí es donde Al Shabab y sus aliados locales se nutren.
Al Shabab insistirá en su amenaza de llevar la guerra a Kenia y su éxito dependerá, en parte, de la capacidad del gobierno keniata de cerrar las brechas socio-económicas y detener la persecución a musulmanes. Sin medidas de fondo, el radicalismo se seguirá abriendo paso en un país plagado de corrupción y abandono.
* PhD. @DeCurreaLugo