Miedo e instinto de supervivencia

Mauricio Rubio
10 de mayo de 2018 - 06:30 a. m.

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Evitar el peligro para sobrevivir es un reflejo inconsciente en todas las especies. Cuando una persona enfrenta una amenaza súbita contra su vida, sofisticadas capacidades intelectuales resultan lentas, inocuas. Para detectarla y eludirla, la parte más primitiva del cerebro dispone de mecanismos inmediatos de reacción. La conducta específica puede variar —huir, pelear, gritar, paralizarse– pero el detonante es común: reflejos preprogramados, involuntarios, que operan antes de que el córtex cerebral decida el curso de acción.

“¿Qué manifestación hizo de que no quería mantener esas relaciones?”, le preguntó el juez Ricardo González a la víctima de violación grupal por La Manada durante las fiestas de San Fermín. De manera espontánea ella aclaró que “no hablaba, estaba con los ojos cerrados y no hacía nada”. Por esa respuesta y otras con las que la joven aceptó no haber luchado contra los violadores, González redactó un alegato para que sus colegas los liberaran pues, según él, no la agredieron ni intimidaron. Logró convencerlos parcialmente.

En 2012, el mismo juez le había preguntado a otra víctima: “¿Se opuso usted al violador?”. En aquella oportunidad, la respuesta fue afirmativa, la joven intentó zafarse. González percibió esa réplica como prueba irrefutable de violencia y el atacante fue condenado; para él, que haya o no agresión dependería de la respuesta de quien la sufre. Como bien señala Elvira Lindo, indignada por el fallo, es absurdo pensar que la violación solo se produce si “nos agarran del cuello o nos ponen un cuchillo en el pecho, si hay desgarros, si hay desangre o si hay muerte”.

El juez González y sus colegas desconocieron la diversidad de reacciones ante el peligro, mediadas directamente por la parte más primitiva del cerebro. Además, ignoraron muchos testimonios de mujeres violadas en los que son comunes las alusiones a la absoluta falta de reacción frente al ataque: simplemente se paralizan, tal vez cierran los ojos, y no hacen nada, esperan a que todo pase cuanto antes. Quedarse inmóvil es con frecuencia la mejor respuesta ante el peligro: “Las presas que se paralizan tienen mayores chances de sobrevivir puesto que el córtex visual y la retina de los depredadores mamíferos evolucionó básicamente para detectar objetos en movimiento”. Hay evidencia experimental de que los violadores muy agresivos se excitan más con las escenas de sexo forzado que con las consensuales. Así, se puede especular que algunos de ellos preferirán una víctima que luche o trate de escapar a una totalmente pasiva.

A pesar de la importancia de este mecanismo, muy poco trabajo empírico ha abordado la inmovilidad como respuesta a un ataque. Destacar la posibilidad de esta reacción ante la violación no implica minimizar el daño ocasionado, ni avalarla, ni mucho menos promoverla. Todo lo contrario: fue la ignorancia de los jueces españoles sobre tales reflejos instintivos lo que condujo a una sentencia perversa para disuadir la violencia sexual.

Que la víctima de La Manada reconociera su inacción no implica que todo su cuerpo estuviera en situación de completa pasividad. Es probable que reaccionara automática e inconscientemente para minimizar el daño ocasionado por la violación. “La experiencia de excitación vaginal, lubricación e incluso orgasmo” son posibles manifestaciones genitales instintivas, que no dependen de una conducta intencional. “Parece haber un mecanismo autónomo que crea excitación a un nivel subcortical para activar y aumentar el flujo sanguíneo vaginal y la producción de fluido lubricante”. Instintivamente, el cuerpo mitiga el traumatismo físico causado por una penetración forzada. Mujeres desinformadas sobre este efecto podrían experimentar confusión y culpa que obstaculicen la denuncia de un ataque.

Cuando Brigitte Lahaie, ex actriz porno francesa crítica del #MeToo, osó anotar que podía haber goce durante una violación, las feministas casi la crucifican: la acusaron de defender la violencia sexual y la obligaron a retractarse. Quienes han estudiado sistemáticamente esa reacción corporal, contraintuitiva e insólita, la defenderían del fanatismo: “Tales escenarios pueden ocurrir y ni la excitación ni el orgasmo indican que las personas hayan consentido la estimulación”. La defensa de un violador basada en evidencia de excitación genital o clímax, incluso la aceptación de la víctima de haberlos sentido, no deberían tener ninguna repercusión judicial. Sería cuestión de supervivencia, no voluntad de consentimiento.

Los autores de la sentencia contra La Manada le creyeron a la víctima, pero interpretaron mal su reacción. Erraron al limitarse a la reflexión racional, simplista y normativa; imaginaron qué se debe hacer —peor aún, qué habrían hecho ellos— en determinada situación en detrimento de un análisis informado y pragmático, ignorando resultados de la medicina forense y la sexología experimental. El idealismo anticientífico es fuente de injusticias, como la promovida por el juez González, desconfiado de los instintos, aferrado a una seudoempatía imposible, incapaz de entender la naturaleza humana.

* Facultad de Economía – Externado de Colombia.

Ver más…

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar