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Misoginia

Vanessa Rosales A.
29 de marzo de 2021 - 03:00 a. m.
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Quiero hablar sobre el término misoginia. En parte, porque de manera frecuente se descubre todo un empeño por deslegitimar su existencia. Porque desde múltiples frentes se pretende minimizar y reducir el concepto. Más aun, por la forma en que se busca desterrar todo lo que ella implica no sólo en la esfera de las ideas, de las categorías, sino en la experiencia más palpable.

De manera primordial, la misoginia deshumaniza a las mujeres. Las mata. Las hiere. Las anula. Las destierra. Las ningunea. Porque en últimas, la misoginia, una asimilada forma de aversión, ve en ellas eso, a mujeres, no a seres humanos cuya experiencia, conocimiento, subjetividad o voz deban ser tomadas con gravedad o tomadas en cuenta.

Ahora, esta artimaña de minimización que tanto estamos viendo es un hábito frecuente de la ansiedad social que generan las liberaciones de las mujeres. Es una argucia que se ha repetido en momentos muy diversos. El revoltijo, el vértigo que produce el prospecto de que las mujeres sean libres y pares ha traducido incontables veces en relatos simplificadores, facilistas, asustadizos, de que aquella aspiración se trata ni más ni menos que de histerias, delirios. De “necedades” que se perciben como eso justamente porque amenazan un orden donde las mujeres, por serlo, están prescritas a unos términos donde los varones detentan el poder, la palabra pública, la agencia, la autoridad, el conocimiento, el derecho a ser complejos, es decir, el derecho a ser humanos.

Esa ansiedad sería cómica si no tradujera en tantas formas de herida. En tanta anulación. Ese miedo visceral sería risible si no se transformara con tanta recurrencia en violencia, tan simbólica como física. Las retóricas han sido similares en el siglo XIX, en los 70, en los tiempos que corren actualmente. Las liberadoras, las feministas, son construidas desde una caricatura que logre sean percibidas como forajidas, una necia amenaza social, algo que debe ser contenido, algo “antinatural”. Una movida que, por supuesto, no sincroniza con un orden establecido donde lo varonil sea lo que determine al mundo enteramente.

Esa otra narrativa, la de la “destrucción” del orden social, es otra argucia frecuente, suelen idearla varones ansiosos, pavorosos ante la idea de compartir el mundo con las mujeres en situación de paridad. También la pueden pregonar mujeres que han asimilado el orden patriarcal como algo que no debe ser puesto en juicio, incuestionado, inamovible, una inercia que es preciso habitar. Porque la misoginia no está sólo en los varones, también las mujeres asimilan sus lentes. Todas y todos hemos asimilado algo sobre ella, una aversión heredada, de miles de años, donde se repudia a las mujeres y a todo aquello que hemos entendido se asocia a lo femenino.

¿Cómo se ve? Misoginia es un congresista afirmando sin pudor que la equidad en la representación del poder es “una imposición”, una “idea traída de los cabellos”. Que más del 50% de la población humana demande representación equitativa en el poder político es, para una hombrecillo de este talante, una “materialidad inexistente”. Misoginia es ese congresista —un ansioso varón en el Congreso, Gabriel Vallejo Chujfi— recurriendo a las argucias que se usaron contra las sufragistas, las que han usado las derechas republicanas estadounidenses, las que operan los mejores representantes de la ultraderecha argentina. En su mundo, la base argumentativa es la de reducir las cosas a una “histeria”, un “victimismo”, oh, pobres de ellos, perdiendo poder, aferrándose como pueden a un mundo que se ha resquebrajado hace tiempo.

Algo similar sucede cuando se comete otra infructífera falacia: esa que pretende afirmar, obtusamente, que señalar misoginia es consecuencia de misandria. Misoginia es una estructura histórica. Remito con frecuencia al trabajo de la escritora estadounidense Siri Hustvedt para comprender por qué, pese a los evidentes registros de transformaciones históricas —los derechos obtenidos, las posibilidades ganadas, los incontables cambios en condiciones— la misoginia va mucho más allá de formas legales, está conectada a códigos perceptivos, a prejuicios que compartimos los seres humanos. A las formas que aprendimos a leer e interpretar lo masculino y lo femenino.

En el radar actual, esa necia manía de minimizar la palabra, de hacerla ver como una fantasmagoría, como una categoría vacía y manoseada, como una hipérbole que se aplica a cualquier cosa y de manera arbitraria es muestra de lo interiorizado que está en tantos deshumanizar a las mujeres. Es la misoginia misma que se expresa.

No es lugar de los varones determinar cómo o de qué manera se materializa una herida antigua como la misoginia. No es lugar de varones, habituados a su atril de legitimidad, enunciar posturas moralizantes sobre derechos reproductivos. No son tiempos ya. Un escritor curtido, un renombrado autor, tendría que ocuparse de asuntos que entren en sus dominios; señalar a mujeres que escogen protestar de manera confrontacional como “aborteras” que imponen sus visiones de mundo y de vida, denota al final del día el mismo tipo de ansiedad.

Uno de los mecanismos más antiguos para deslegitimar al feminismo se basa en ese mismo talante de agitación: consiste en tomar expresiones “chocantes” para distorsionar la lucha, sus motivos, y para ejercer una mirada moralizante, la de varones que se indignan cuando las mujeres rebasan el rol de la complacencia o la invisibilidad. Si son iracundas, si expresan su dolor con rabia, “no es la forma”. Tomar unas formas de expresión para definir a todo un movimiento de liberación es la misma zozobra, el mismo miedo visceral.

Misoginia es señalar a una mujer y pretender, con virulencia simbólica, ningunearla, menoscabarla. Misoginia es que un varón crea que tiene derecho a detenerse en una motocicleta, dirigirse a una mujer que trota y le enseñe el pene, masturbándose. Esa violencia. ¿Qué les hace creer que pueden imponer su lujuria indeseada de esa forma sobre una persona desconocida?

Misoginia es esa incomodidad que se exacerba cuando una mujer “se sale de su sitio”, del silencio y la docilidad que enseña la socialización machista. Misoginia son esos séquitos de mujeres que afirman con insolencia que las feministas “no las representan”, cuando cada ápice de autonomía y de posibilidad para existir en libertad se lo deben a ellas.

Misoginia son los medios periodísticos colombianos, desbordados, creando “escándalos” de tipo moral por mujeres “mal portadas” que incomodan, que no se atienen a roles de complacencia normativa. Misoginia es la repulsiva e inexplicable indolencia del estado colombiano hacia el caso de Jineth Bedoya, cuyo valor y tenacidad han resistido durante años, luchando por un tipo de justicia que reconozca la violencia sexual sistemática que viven millares de mujeres en sus vidas. Misoginia es reclamarle a las mujeres por tardar un determinado tiempo para denunciar las violencias que las han asolado, aun cuando se sabe que la justicia favorece con abundancia a la impunidad. Misoginia es un célebre director de cine que se escuda en su poder social y su capital económico para lanzar una tutela contra un séquito de periodistas que desvelaron ocho denuncias en su contra. Negar. No asumir. Es la prensa que incurre en narrativas de distorsión, usando las expresiones más confrontacionales de protesta, lo que llaman “vandalismo”, se usa para agotar y reducir el dolor añejo que conduce a que algunas mujeres expresen así su hastío.

Todo hombre vivió adentro de su madre, viene de ella. Muchos, heterosexuales, han interactuado a lo largo de sus vidas con mujeres en todo tipo de circunstancias. Algunos son padres. Y sin embargo, nada de eso los exime de exhibir misoginias en mayores o menores grados. La mayor muestra de la misoginia es entrenarles para desoír lo que dicen las mujeres, para invalidarlo.

Es insólito, realmente, que acá sigamos, insistiendo en que las mujeres somos humanas. Con las expresiones de los últimos tiempos, tendrían que estar habituados. Y sin embargo, la estructura histórica, de miles de años, es indudablemente, soterrada. Tendrían que tramitar la ansiedad porque, como ven, la lucha contra la misoginia no se detendrá. Nunca más.

vanessarosales.a@gmail.com, @vanessarosales_

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Adrianus(87145)29 de marzo de 2021 - 04:56 p. m.
Señora Vanessa, consciente o inconscientemente se nos indujo a considerar a la mujer como algo que no está a la altura de los hombres. Un discurso que se ha apoyado en el pasaje bíblico de que primero fue el hombre y luego la mujer (Adán y Eva). Así obraron nuestros padres y abuelos y obedecieron nuestras madres y abuelas. Me avergüenza esa situación patriarcal, propia del hombre de la caverna.
Berta(2263)29 de marzo de 2021 - 03:40 p. m.
El machismo, la misoginia, la violencia de la sociedad patriarcal y su ignorancia llevan a que tipos que como este "cenador" (con C, no con S) sigan ignorando a las mujeres. Habla de educación. Las mujeres somos mejor preparadas que los hombres y son ellos los que siguen gobernando y siguen en los puestos de poder. Gabriel Vallejo es bazofia.
Andrea(q8kjq)29 de marzo de 2021 - 02:10 p. m.
Para que la misoginia termine debemos intervenir en la primera infancia de 0 a 5 años, que con estimulación psicosocial se fortalezca el sistema de desarrollo y tengamos personas a futuro que tengan la capacidad de cambiar el futuro de lo que se vive ahora.
Contumaz Apostata de la Dextrocardia(likt7)29 de marzo de 2021 - 12:33 p. m.
Misogina es la ley, la religión, la economía...este lodazal al que llamamos mundo. Pero los determinantes de esta aversión no son solo los hombres, es el silencio y la aquiescencia de las mujeres...ustedes sí que deben abonar ese terreno, eduquen con una pedagogía disruptiva, progresista, reformista. Enseñar a los hombres del mañana es mejor que reclamar.
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