Lo divino y lo humano

Naturaleza viva

Lisandro Duque Naranjo
13 de abril de 2020 - 05:00 a. m.
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¿Al desaparecer esta pandemia, los humanos que sobrevivan van a valorar, con un ánimo rectificatorio, aquello que durante la cuarentena se manifestó como una alucinación? Por ejemplo, la atmósfera se depuró y, como lo acabo de ver en una foto tomada desde la calle 26 con 7ª, el nevado del Tolima se le descubrió completo a Bogotá, como si lo hubieran trasteado para Fontibón. Algunos zorros sabaneros se aventuraron a fisgonear por antejardines de barrios del norte. Los delfines, por docenas, armaron un mapalé en Buenaventura, a 200 metros de la playa, apenas el mar se limpió de grasas y de botellas de plástico. Hay jabalíes caminando por las Ramblas de Barcelona y alces mirando vitrinas en Boston, y así sucesivamente con esa fauna que anda de turismo por las grandes metrópolis del mundo. Una caricatura mostraba a varios animales libres mirando al género humano enjaulado. Un agujero en la capa de ozono encima de la Antártida está reduciendo su diámetro. Y China se deja contemplar absolutamente despejada, desde un satélite.

Tanto tiempo que llevaba la humanidad, o una parte de ella, deseando una tregua con la naturaleza para descontaminarla, calculando que harían falta años para que se ofreciera en su esplendor, y resulta que ni siquiera llevamos un mes encerrados y eso le ha bastado a una zoología arisca para que se reporte con cortesía visitando al Homo sapiens, que la había espantado hacia los extramuros de la selva depredada. También fueron suficientes menos de 30 días para que unas aguas tóxicas —en el mar, en los ríos— se depuraran de los desechos habituales, y los cisnes, como hijos pródigos, volvieran a retozar en Venecia. Qué equilibrio tan noble y rápido el de todo lo que ha estado vivo. ¿Cuántas especies que suponíamos extinguidas reaparecerán?

Por las buenas, el planeta puede convertirse en algo parecido a una arcadia silvestre. Las cuarentenas podrían ser periódicas, voluntarias, para restaurar el paraíso perdido. Eso se puede negociar: que el pico y placa sea más drástico. Que el pico y cédula humano se vuelva permanente. Que se reestructuren los horarios en las fábricas y colegios para que mitad de la humanidad teletrabaje y la otra mitad sea presencial. Que no haya glifosato. Que los mineros depongan sus mercurios y sus máquinas amarillas. Y hasta el oro, pues debe fundarse un nuevo patrón. Que no tenga un solo ciudadano que subirse a un árbol en el Park Way para salvarlo. Ese gesto individual, con ese árbol solitario, va a salvar muchos árboles, bosques enteros, en lo que sería el inicio de un nuevo orden mundial. Y eso que ese hombre quizás ignoraba que fue por un bosque deforestado en la China —para instalar una hiperindustria de ganado— que los murciélagos vieron invadido su hábitat y tuvieron que migrar, estresados, con su genética alterada, llevándoles un virus —otro coronavirus— a los cerdos de una megagranja en la que perecieron de fiebre 25.000 animales en 2016*. Adiós a Trump, Bolsonaro, Lafaurie.

Pero es que además hay que crear una renta básica (llamémosle salario mínimo a eso) incluso para los que no trabajan. Y ponerle una veda a la viajadera en avión. Pero sobre todo, desarrollar la ciencia desde la primaria, llevar la atención médica hasta los confines y arrebatarle la salud a las garras del mercado.

* Artículo de Eldiario.es que distribuyó en sus redes Sara Tufano.

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