Netanyahu inamovible

Marcos Peckel
11 de abril de 2019 - 02:00 a. m.
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Los resultados de las elecciones en Israel hay que interpretarlos no por los resultados que obtuvo cada partido, sino por los obtenidos por los bloques ideológicos que existen en Israel desde la firma de los acuerdos de Oslo con los palestinos en 1993. Una especie de “si” y “no”, así el tema de la paz con los palestinos no haya jugado papel alguno en la agenda de los recientes comicios. Los del “sí” más propensos a hacer concesiones, los del “no” algo menos.
En estas elecciones Netanyahu subió a tinglados paralelos a enfrentar diversos enemigos de izquierda y derecha y a todos los dejó noqueados en la lona. Una mezcla de inigualable destreza política, el teflón que dan los años en el poder, capitalizar la elección alrededor de su nombre, una campaña “sin tomar prisioneros”, indiscutibles logros a su haber en la economía y las relaciones internacionales, la sombra de Trump y algo de suerte, le abrieron a Netanyahu el camino expedito a su quinto gobierno. Incluso las acusaciones ya oficiales de corrupción se estrellaron, por ahora, contra su teflón.

El desafió que montaron “los generales”, Benny Gantz, Moshé Yaalon, Gaby Askenazi, excomandantes en jefe del ejército, y el periodista Yair Lapid se quedó corto, pues no logró sonsacarle votos a la derecha, que era la fórmula para ganar y únicamente canibalizaron a la izquierda, el “sí” en términos colombianos. Para Gantz y su partido “Azul y blanco” el panorama es oscuro, pues fue creado para gobernar, no para hacer oposición.

Por los lados de la derecha, Netanyahu se deshizo de quienes fuera una piedra en el zapato a lo largo de su último gobierno: la dupla Naftaly Benet y Ayelet Shaked, quienes formaron su propio partido y no lograron cruzar el umbral (esto podría cambiar en el recuento, aunque quedan heridos).

Netanyahu puede formar una coalición relativamente cómoda acogiendo algunas de las pretensiones de sus potenciales socios en temas de religión y la relación con los palestinos. El anuncio en los últimos días de campaña de Netanyahu de anexar partes de Cisjordania puede no ser más que una declaración de campaña, a menos que la administración Trump le dé el guiño, en momentos que pende en el ambiente el “acuerdo del siglo” en el que viene trabajando Trump desde su posesión, cuyos detalles son aún desconocidos y podría sacudir el escenario político israelí.

Punto aparte merece la debacle de los partidos árabes que, por sus rencillas internas y falta de conexión con su electorado, no pudieron formar una lista única y tener una representación adecuada en el parlamento, como la tuvieron en la última Knesset. Uno de sus partidos está al borde del umbral de 3,25 % esperando reconteo. La población árabe de Israel, un 18 % del total, tiene abiertas de par en par las puertas de la democracia y debe usarlas. Esta vez le fallaron a su gente.

Sobre Netanyahu cuelga todavía la espada de Damocles del proceso legal, que podría en pocos meses dar al traste con su gobierno, pero por ahora tiene la sartén por el mango.

 

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