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Me perdonarán los lectores que vuelva al tema de la alimentación, el sobrepeso y la obesidad, sobre el que vengo escribiendo hace un par de años. Pero tres datos y noticias recientes sugieren que finalmente estamos dándole al problema, literalmente, el peso que merece.
El primer dato es la confirmación de que somos un país en inflación. No monetaria, sino corporal. Cada cinco años nos mide la Encuesta Nacional de la Situación Nutricional. Ya en 2010 la encuesta reveló que la mayoría de los adultos tenía exceso de peso (51,2 %). La de 2015, que acaba de ser publicada, muestra que la cifra subió a 56,7 %. La buena noticia es que los medios le dieron el debido despliegue al hallazgo. Y que el Ministerio de Salud la difundió en los términos graves que corresponden, recordando que el exceso de peso está asociado con buena parte de las enfermedades crónicas no transmisibles responsables de la mayoría de muertes en el país, con el consecuente impacto en el sistema de salud.
El segundo dato preocupante de la encuesta es que el problema ha aumentado con mayor rapidez entre los niños. En tanto que en 2010 el 18,8 % de los niños entre cinco y 12 años tenía exceso de peso, ahora el 24,4 % padece esa condición, con sus correspondientes riesgos de salud para el resto de la vida. La buena nueva es que asociaciones médicas, organizaciones de padres de familia y editoriales de varios medios han reaccionado apoyando medidas que varios veníamos defendiendo hace tiempo pero que el lobby de la industria de comida chatarra ha logrado bloquear, como impuestos a las bebidas azucaradas, límites a la publicidad de ese tipo de comestibles artificiales para los menores y etiquetas claras y veraces sobre el contenido de los productos ultraprocesados.
Muchos podrían pensar que se trata un problema de los sectores más ricos, donde niños y adultos estarían comiendo más allá de la cuenta. Aunque los resultados de la encuesta de 2015 no están disponibles aún por clases sociales, los de 2010 mostraron que la mitad de los más pobres sufren el sobrepeso y la obesidad, principalmente por consumir más alimentos altos en calorías y bajos en nutrientes, como la comida chatarra. Como lo hemos visto en trabajo de campo en lugares como La Guajira y la Ciénaga Grande de Santa Marta, a falta de agua potable, la gaseosa y los jugos endulzados son la forma usual de calmar la sed (y de sumar calorías vacías y gastar parte del escaso presupuesto familiar).
Ese es el tercer hallazgo, al que no se le ha dado suficiente atención: la obesidad va de la mano con la pobreza. Como lo capta el título del librazo de Raj Patel (Obesos y famélicos), la obesidad convive con la malnutrición y la desnutrición en las zonas pobres, como lo muestra de forma chocante La Guajira.
La industria de comida ultraprocesada responderá, como lo ha hecho en otras ocasiones, que el problema no es la dieta sino la falta de ejercicio. También que la solución no es regularla, sino dejar que se autorregule. Y seguirá promoviendo bebidas azucaradas para niños, como lo está haciendo Postobón en La Guajira con su nueva marca Kufu. Los estudios independientes y la experiencia en otros países muestran todo lo contrario, como lo discutiré en otra columna.
* Director de Dejusticia. @CesaRodriGaravi