Opinar con irreverencia y rigor
Removieron este año el periodismo nacional, que los premió con el Premio Simón Bolívar en opinión en televisión. Sí, televisión digital de El Espectador.
Fidel Cano Correa *
Estaba en la mitad de una carcajada cuando comprendí en toda su dimensión lo que La Pulla había alcanzado. No habían salido al aire más de dos o tres episodios cuando una tarde llegó de visita a la redacción de El Espectador un grupo de estudiantes de periodismo. De repente, alguno de los redactores gritó desde su puesto: “Norbey, lo destronaron”. Carcajada general.
La imagen era muy diciente. Todos estos aspirantes a periodistas entraron a la redacción y cuando vieron a María Paulina Baena —presentadora e imagen de La Pulla— en su escritorio con sus temas ambientales, de educación, salud y ciencia, se abalanzaron a pedirle permiso para tomarse sus selfis.
Hace unos años —uno no más, para no ir tan lejos—, con seguridad hubieran buscado al jefe de investigaciones o a alguno de los periodistas tradicionalmente “duros” de la redacción para tomarse esa foto. El chiste era chiste, pero, más que eso, la descripción perfecta de una evolución muy significativa para el periodismo de El Espectador.
Una idea
La necesidad lucía —luce— evidente. El uso de la información ha ido cambiando y los periodistas o entramos en esa conversación y en ella demostramos que tenemos un aporte valioso para hacer, o nos quedaremos hablando solos.
Recuerdo cuando, hace casi un año, Juan Carlos Rincón, el coordinador de Opinión y gestor principal, además de camarógrafo y editor de La Pulla, llegó para su primer día de trabajo. Hablamos de las responsabilidades obvias que trae el manejo de la sección de Opinión en un periódico que ha apostado por ella durante 130 años, de la mecánica del trabajo, del horario inhumano y, al final, ya más relajados, entramos en los dilemas de la profesión. Sabía, por el proceso para su enganche, de sus inquietudes digitales y para terminar le lancé el reto:
—Juan, también tenemos que pensar cómo hacemos para que la opinión llegue a más gente, para que el editorial les llegue a los jóvenes, porque así no lo están leyendo.
Algo así recuerdo que le dije y, me puedo imaginar, el hombre habrá pensado: “No, pues, descubrió el agua tibia este anciano”. No teníamos tanta confianza todavía, por fortuna. Dijo, más bien, algo como:
—Sí, me encanta la idea, puede ser un editorial en video o escrito en lenguaje para jóvenes.
Qué iba yo a pensar en ese momento que Juan Carlos iba muchos kilómetros adelante...
Un corrillo
Las mejores ideas en una sala de redacción nacen de los corrillos, de las sociedades, de la empatía, de los impulsos... Y en esta de El Espectador comenzó a verse un nuevo corrillo allá en la esquina donde se alojan Juan Carlos y la sección Internacional. Daniel Salgar y Juan David Torres, de esa sección entonces, y Santiago La Rotta, el hombre de tecnología, se pasaban, y ahora se pasan, sumando a María Paulina, largos ratos conversando... y riendo. Olía a que algo cocinaban.
Y sí. Eran los días del escándalo de la llamada “Comunidad del Anillo” en la Policía y de las interceptaciones a periodistas, y estábamos trabajando con Juan Carlos el editorial correspondiente. Él estaba indignado, más indignado. Hizo el borrador del editorial, pero a los pocos días me envió por correo lo que parecía ser ese editorial para jóvenes que aquel primer día me había anunciado.
Al día siguiente llegaron en manada, mirándome a los ojos.
—¿Qué le pareció?
—Me encanta.
Sonrisa de oreja a oreja. Y, en serio, me encantaba la idea, pero no dejaba de asustarme. Si bien uno podría decir que el contenido era el mismo que el del editorial ya publicado, era mucho más fuerte y directo en el lenguaje. Incluso, groserías. Huevonadiiiiitas, diría María Paulina. Nunca El Espectador escribiría algo así en sus páginas. ¿Hasta dónde debía tener el respaldo institucional? ¿Podría ser, como estaba pensado inicialmente, el editorial del periódico pero en otro lenguaje, o más bien ser tratado como una columna de opinión, con la dificultad de que eran empleados del periódico? Y ellos, ¿podían opinar libremente y despojarse de su camiseta para salir después a hacer reportería?
Esa es, esa es
Un día llegué a trabajar y me encontré con un micrófono gigante encima de mi escritorio, el texto del guion que me habían mandado y una cámara al frente.
El micrófono lo habían comprado Juan Carlos y Santiago unos meses atrás, cuando habían pensado en hacer un programa de radio que nunca cuajó. Ahora le tenían uso. La cámara era de Juan Carlos y la invasión a mi oficina, vainas de Santiago, seguro, que hace como cinco años fue quien me lanzó a hacer desde ese lugar la Redacción al Desnudo.
—¿Podemos usar su oficina?
Corría una convocatoria en la redacción a ver quién se animaba a presentar un nuevo proyecto y unas 12 o 15 personas ya hacían fila. Música para mis oídos que una redacción tradicional, aunque llena de gente joven, se hubiera animado. Juan Carlos editó y nos envió las pruebas. Nos reunimos, nos miramos, no había duda; todos supimos desde el primer momento que María Paulina la había sacado del estadio. Desde entonces fueron cinco en el equipo de La Pulla.
WTF?
Guion, revisión, grabación, edición y al aire...
Al rato, el teléfono repicando:
—Me dice mi hija que hay una señora gritando y diciendo groserías en la página —llamó a decir el gerente.
—¿Estamos todos a bordo con el tono y la crítica fuerte? —preguntó un vicepresidente.
—Mucha gente me está comentando La Pulla. ¿Usted sí está encima de eso? —preguntó alguien de la junta directiva.
Mientras tanto, una explosión en la red: en reproducciones, en compartidos, en comentarios, en amores, en insultos, en burlas, en machismo, mucho machismo un canal propio, una comunidad suya y una Contrapulla... What? Sí, de Presidencia de la República nada menos, que, para responder a una Pulla sobre su errático manejo energético, tuvo la sabia idea de contestar con una Contrapulla.
No fueron días fáciles. No estaban estos muchachos preparados para un éxito tan grande, ni, menos, tan inmediato. Querían contestar cada uno de los mensajes, incluso los insultos, y al par de días estaban asqueados. María Paulina, además, atemorizada, pues hasta veladas amenazas le llegaban, porque eso de una mujer hablando duro no es todavía aceptable. El momento de explosión del éxito fue quizás el más difícil de manejar.
—Muchachos, crecieron. Y tienen que tener el cuero duro, porque cuando uno mueve los cimientos tiene que saber que el piso se va a mover.
Fue lo único que atiné a decirles. Y de algo creo que sirvió. En tiempo récord asumieron la madurez que sólo tienen los maestros. Por eso hoy van de evento en evento y de universidad en universidad dando cátedra de modernidad y, claro, repartiendo selfis.
María Paulina, Juan Carlos, Santiago, Juan David y Daniel removieron este año el periodismo nacional, que los premió con el Simón Bolívar en opinión en televisión. What? ¡Sí: El Espectador, con ellos, galardonado en televisión! Una gran idea magistralmente desarrollada, una claridad absoluta en el objetivo y mucho trabajo y sacrificio —porque eso fue lo que se les vino como una avalancha para mantener, como han mantenido, su éxito, su comunidad y su calidad— han servido para demostrar que el periodismo serio puede encontrar una conexión con nuevas audiencias y seguir demostrando la necesidad de su existencia. Y para El Espectador en particular, ellos han logrado demostrar que a los 130 años se puede ser joven, creativo.
Lo que han hecho estos cinco en 2016, no es cualquier huevonadiiiita.
* Director de El Espectador.
Estaba en la mitad de una carcajada cuando comprendí en toda su dimensión lo que La Pulla había alcanzado. No habían salido al aire más de dos o tres episodios cuando una tarde llegó de visita a la redacción de El Espectador un grupo de estudiantes de periodismo. De repente, alguno de los redactores gritó desde su puesto: “Norbey, lo destronaron”. Carcajada general.
La imagen era muy diciente. Todos estos aspirantes a periodistas entraron a la redacción y cuando vieron a María Paulina Baena —presentadora e imagen de La Pulla— en su escritorio con sus temas ambientales, de educación, salud y ciencia, se abalanzaron a pedirle permiso para tomarse sus selfis.
Hace unos años —uno no más, para no ir tan lejos—, con seguridad hubieran buscado al jefe de investigaciones o a alguno de los periodistas tradicionalmente “duros” de la redacción para tomarse esa foto. El chiste era chiste, pero, más que eso, la descripción perfecta de una evolución muy significativa para el periodismo de El Espectador.
Una idea
La necesidad lucía —luce— evidente. El uso de la información ha ido cambiando y los periodistas o entramos en esa conversación y en ella demostramos que tenemos un aporte valioso para hacer, o nos quedaremos hablando solos.
Recuerdo cuando, hace casi un año, Juan Carlos Rincón, el coordinador de Opinión y gestor principal, además de camarógrafo y editor de La Pulla, llegó para su primer día de trabajo. Hablamos de las responsabilidades obvias que trae el manejo de la sección de Opinión en un periódico que ha apostado por ella durante 130 años, de la mecánica del trabajo, del horario inhumano y, al final, ya más relajados, entramos en los dilemas de la profesión. Sabía, por el proceso para su enganche, de sus inquietudes digitales y para terminar le lancé el reto:
—Juan, también tenemos que pensar cómo hacemos para que la opinión llegue a más gente, para que el editorial les llegue a los jóvenes, porque así no lo están leyendo.
Algo así recuerdo que le dije y, me puedo imaginar, el hombre habrá pensado: “No, pues, descubrió el agua tibia este anciano”. No teníamos tanta confianza todavía, por fortuna. Dijo, más bien, algo como:
—Sí, me encanta la idea, puede ser un editorial en video o escrito en lenguaje para jóvenes.
Qué iba yo a pensar en ese momento que Juan Carlos iba muchos kilómetros adelante...
Un corrillo
Las mejores ideas en una sala de redacción nacen de los corrillos, de las sociedades, de la empatía, de los impulsos... Y en esta de El Espectador comenzó a verse un nuevo corrillo allá en la esquina donde se alojan Juan Carlos y la sección Internacional. Daniel Salgar y Juan David Torres, de esa sección entonces, y Santiago La Rotta, el hombre de tecnología, se pasaban, y ahora se pasan, sumando a María Paulina, largos ratos conversando... y riendo. Olía a que algo cocinaban.
Y sí. Eran los días del escándalo de la llamada “Comunidad del Anillo” en la Policía y de las interceptaciones a periodistas, y estábamos trabajando con Juan Carlos el editorial correspondiente. Él estaba indignado, más indignado. Hizo el borrador del editorial, pero a los pocos días me envió por correo lo que parecía ser ese editorial para jóvenes que aquel primer día me había anunciado.
Al día siguiente llegaron en manada, mirándome a los ojos.
—¿Qué le pareció?
—Me encanta.
Sonrisa de oreja a oreja. Y, en serio, me encantaba la idea, pero no dejaba de asustarme. Si bien uno podría decir que el contenido era el mismo que el del editorial ya publicado, era mucho más fuerte y directo en el lenguaje. Incluso, groserías. Huevonadiiiiitas, diría María Paulina. Nunca El Espectador escribiría algo así en sus páginas. ¿Hasta dónde debía tener el respaldo institucional? ¿Podría ser, como estaba pensado inicialmente, el editorial del periódico pero en otro lenguaje, o más bien ser tratado como una columna de opinión, con la dificultad de que eran empleados del periódico? Y ellos, ¿podían opinar libremente y despojarse de su camiseta para salir después a hacer reportería?
Esa es, esa es
Un día llegué a trabajar y me encontré con un micrófono gigante encima de mi escritorio, el texto del guion que me habían mandado y una cámara al frente.
El micrófono lo habían comprado Juan Carlos y Santiago unos meses atrás, cuando habían pensado en hacer un programa de radio que nunca cuajó. Ahora le tenían uso. La cámara era de Juan Carlos y la invasión a mi oficina, vainas de Santiago, seguro, que hace como cinco años fue quien me lanzó a hacer desde ese lugar la Redacción al Desnudo.
—¿Podemos usar su oficina?
Corría una convocatoria en la redacción a ver quién se animaba a presentar un nuevo proyecto y unas 12 o 15 personas ya hacían fila. Música para mis oídos que una redacción tradicional, aunque llena de gente joven, se hubiera animado. Juan Carlos editó y nos envió las pruebas. Nos reunimos, nos miramos, no había duda; todos supimos desde el primer momento que María Paulina la había sacado del estadio. Desde entonces fueron cinco en el equipo de La Pulla.
WTF?
Guion, revisión, grabación, edición y al aire...
Al rato, el teléfono repicando:
—Me dice mi hija que hay una señora gritando y diciendo groserías en la página —llamó a decir el gerente.
—¿Estamos todos a bordo con el tono y la crítica fuerte? —preguntó un vicepresidente.
—Mucha gente me está comentando La Pulla. ¿Usted sí está encima de eso? —preguntó alguien de la junta directiva.
Mientras tanto, una explosión en la red: en reproducciones, en compartidos, en comentarios, en amores, en insultos, en burlas, en machismo, mucho machismo un canal propio, una comunidad suya y una Contrapulla... What? Sí, de Presidencia de la República nada menos, que, para responder a una Pulla sobre su errático manejo energético, tuvo la sabia idea de contestar con una Contrapulla.
No fueron días fáciles. No estaban estos muchachos preparados para un éxito tan grande, ni, menos, tan inmediato. Querían contestar cada uno de los mensajes, incluso los insultos, y al par de días estaban asqueados. María Paulina, además, atemorizada, pues hasta veladas amenazas le llegaban, porque eso de una mujer hablando duro no es todavía aceptable. El momento de explosión del éxito fue quizás el más difícil de manejar.
—Muchachos, crecieron. Y tienen que tener el cuero duro, porque cuando uno mueve los cimientos tiene que saber que el piso se va a mover.
Fue lo único que atiné a decirles. Y de algo creo que sirvió. En tiempo récord asumieron la madurez que sólo tienen los maestros. Por eso hoy van de evento en evento y de universidad en universidad dando cátedra de modernidad y, claro, repartiendo selfis.
María Paulina, Juan Carlos, Santiago, Juan David y Daniel removieron este año el periodismo nacional, que los premió con el Simón Bolívar en opinión en televisión. What? ¡Sí: El Espectador, con ellos, galardonado en televisión! Una gran idea magistralmente desarrollada, una claridad absoluta en el objetivo y mucho trabajo y sacrificio —porque eso fue lo que se les vino como una avalancha para mantener, como han mantenido, su éxito, su comunidad y su calidad— han servido para demostrar que el periodismo serio puede encontrar una conexión con nuevas audiencias y seguir demostrando la necesidad de su existencia. Y para El Espectador en particular, ellos han logrado demostrar que a los 130 años se puede ser joven, creativo.
Lo que han hecho estos cinco en 2016, no es cualquier huevonadiiiita.
* Director de El Espectador.