Ovejas descarriadas

Juan Felipe Carrillo Gáfaro
20 de enero de 2020 - 10:16 p. m.
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Es muy desafortunado que luego de lo sucedido con el ESMAD a finales de año, la Policía siga dando de qué hablar por no tener claro cómo manejar la autoridad que le confiere el artículo 218 de nuestra Constitución: “La Policía Nacional es un cuerpo armado permanente de naturaleza civil, a cargo de la Nación, cuyo fin primordial es el mantenimiento de las condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos y libertades públicas, y para asegurar que los habitantes de Colombia convivan en paz”.

Sobre el papel y en la teoría, en cualquier democracia no tan corrupta, el cuerpo de policía parece cumplir con la ética necesaria para que sus miembros ejerzan su oficio sin demasiados problemas. Sin embargo, en la práctica, y más aún en países como el nuestro, esa ética deja mucho que desear, y los excesos están a la orden del día.

La noticia sobre la trabajadora de Transmilenio que evitó que se colaran policías vestidos de civil ha dado de qué hablar: ahora resulta que la señora, además de haber sido humillada ese día por hacer su trabajo, debe pagar dos multas por un supuesto porte de armas y resistirse a un dizque procedimiento de identificación. Este caso es un ejemplo fidedigno de cómo en muchas ocasiones nuestro cuerpo policial, en lugar de calmar los ánimos, los termina alborotando. De esta manera, la Policía no sólo se termina pasando la Constitución por la galleta, sino que además está haciendo sentir a los ciudadanos aún más indefensos de lo que ya se sienten.

En los últimos años, hemos visto con mayor claridad cómo algunos policías se han dedicado a hacer con la autoridad conferida lo que les da la gana, pasando por encima de esa convivencia pacífica que en teoría deben asegurar. El caso más sonado ha sido quizás la investigación sobre corrupción en la institución, cuyos archivos han hecho temblar ciertas estructuras internas. En esa misma línea se han visto otros casos como los del centro de reclusión El Redentor, la historia de la empanada, lo sucedido en el paro con las detenciones en carros particulares y ahora esto.

En esa misma línea se encuentran aquellos policías de tránsito dispuestos a aceptar una “mordida” para cerrar el mes, y los policías que apenas hacen su trabajo porque están pensando en cómo ganar plata en otros negocios.

Ahora bien, como sucede con la Iglesia y sus infames curas pederastas, la institución hace todo lo posible para verse impoluta, y todo lo malo que se rumora, y se ve, no tiene nada que ver con el grueso del cuerpo policial como tal. Se trata por el contrario de una que otra oveja descarriada que ha dejado el rebaño para ir a buscar lo que no se le ha perdido. Y como sucede con la Iglesia, ese argumento nos lo han metido y nos lo seguirán metiendo por los siglos de los siglos con tal de hacernos ver que todo funciona bien y que es poco lo que hay que cambiar. El problema de ese argumento es que al no querer aceptar que existe un disfuncionamiento estructural que debería ser corregido, la misma institución se está olvidando de esos policías valientes que han dado su vida por la paz de este país. Además, está dejando de lado a esos policías honestos que deben vivir de cerca el desgreño con el que algunos de sus colegas y superiores deciden hacer “cumplir” el orden y la moral.

Aunque mi paso por esa institución fue fugaz y sucedió hace más de 20 años, el haber estado en la parte más baja de la pirámide jerárquica le permite a uno darse cuenta de que muchas veces la orden castrense no tiene fundamento. Se trata de una ausencia de fondo que proviene, máxime en el caso de nuestro país, de una muy floja formación en todos esos temas que tienen que ver con el respeto por los derechos de los ciudadanos y de sus libertades. En muchas ocasiones la falta de criterio y el abuso de la autoridad se hacen tan evidentes que se terminan pisoteando personas como la señora de Transmilenio.

Ahora bien, es verdad que algunos ciudadanos no son una pera en dulce, y buscan a la primera de cambio humillar a los uniformados que están intentando hacer su trabajo. En ese sentido, creo que el desequilibrio y la falta de comprensión entre unos y otros es un síntoma de lo difusas que pueden ser las normas de convivencia en Colombia y de la falta de educación para entender con claridad su verdadera importancia.

Si no se corrige el rumbo desde lo fundamental no se podrá superar, como lo mencionó hace un par de años José Vidal-Beneyto en El País, la impotencia democrática a la que nos condena una de las características dominantes de la sociedad actual: “la glorificación del individuo, con la afirmación sin límites del yo, del sí mismo que cancela la existencia de los otros y de lo otro”. Al respecto, puede que valga la pena revisar la formación policial en algunos aspectos.

@jfcarrillog

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