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Hace un mes, en esta columna la antropóloga Ana Isabel Márquez se refirió a la crítica situación que enfrentaba la gente raizal de Providencia por la pandemia. Junto con sus padres, esposo e hija, logró refugiarse en la primera planta de la casa paterna para sobrevivir al huracán Iota. Pasó una angustiosa semana antes de conocer que estaban bien —pese al aturdimiento por los árboles y edificaciones que derribaban los vientos, así como a la desolación emocional por la tragedia—. Ojalá que la reconstrucción no sea peor que el huracán, considerando el desdén con el cual los gobernantes paisas y cachacos han tratado a la gente isleña. Javier Ortiz Cassiani resalta que por años ellos han descalificado a los raizales como contrabandistas aliados con los jamaiquinos. Inclusive, rescata que fue a Eduardo Carranza a quien esos gobernantes le encomendaron el himno de las islas. Hay un verso que atestigua el conocimiento que ese poeta tenía del paisaje caribeño: “…tiembla la luna que parece/un dátil más en el palmar…”**. Le faltó el camello para completar la imagen.
Con un gobierno tan dedicado a favorecer empresarios, es probable que a ellos les conceda nuevas opciones de enriquecimiento mediante la reconstrucción de la isla, si no es que los abogados de la Sergio ingenian malabarismos legales para aprovecharse del empobrecimiento raizal y hacerse a terrenos aptos para la expansión hotelera y turística. Ojalá la realidad falsifique tanto esa sospecha, como la que tiene que ver con el uso del espacio. En el escrito mencionado, Ana Isabel explicó que “…los isleños habitan en terrenos familiares, con patios compartidos, donde conviven familias extensas que realizan un sinnúmero de actividades conjuntas…” ¿Se respetarán esos ámbitos? Hay experiencias que indican que no, como la de la construcción de Bellavista Nueva, luego de la masacre de Bojayá en 2002. Allá arquitectos llenos de arrogancia, pero ignorantes de la cultura ribereña del Afropacífico, no sólo levantaron un nuevo asentamiento alejado del río que le daba sentido a la comunidad, sino carente de espacios entre las pequeñas viviendas***. Fue así como terminaron por causar males con los cuales a las mujeres de ese pueblo les toca convivir: se las privó de los patios que siempre habían rodeado sus casas y dónde desarrollaban la agricultura femenina, incluyendo la que llevaban a cabo en esas plataformas elevadas conocidas como “zoteas”. Ese cambio no solo afectó la seguridad alimentaria, sino el sistema simbólico. En adición a las plantas para comer y curar, patios y zoteas han albergado los ombligos de las personas, es decir los árboles y palmas sembrados sobre las placentas, enterradas luego del alumbramiento.
En los solares de las casas raizales no solo hay ombligos como los del Baudó o del Cajambre, sino pequeños cementerios familiares. Según los reportes de prensa a Providencia ya han llegado casas prefabricadas inmunes a huracanes y marejadas. ¿Las pondrán apeñuscadas una al lado de la otra, como sucedió con las que levantaron por el terremoto de 1999, cuyo epicentro fue el municipio de Córdoba en el Quindío? Exceptuando las de guadua que la cooperación alemana hizo en Quebradanegra, las demás son construcciones tan minúsculas que la gente dice que menos mal las paredes quedaron con buenos clavos para colgar a los niños.
Nota: ahora Noticias Uno mostró a Duque disfrazado de paisa para hablarles a los ricos del suroeste antioqueño. Vociferó siguiendo el ya petrificado libreto contra la JEP y la oposición. Queda corroborado que no se vestirá como lo haría un mandatario digno y garante de la vida de excombatientes de las antiguas FARC-EP o de los líderes sociales, étnicos y ambientales.
* Profesor, Programa de Antropología, Universidad Externado de Colombia
** De cierta manera: historia y matices. El Malpensante, # 233, octubre 2020, págs.: 50-53.
*** Henríquez Chacín, Bela. 2020. Sembrar el futuro, recordar el pasado. Revista Colombiana de Antropología, vol. 56, # 2, julio-diciembre, págs.: 139-168.