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Tal como se preveía, un alto porcentaje de usuarios no pudieron pagar sus facturas de abril. Según Fedelonjas, el 41 % de los arrendatarios no pagaron sus cánones. Andesco, el gremio de las empresas de servicios públicos, calcula que la caída ronda el 35 %. Los proveedores de televisión e internet estiman que la cartera asciende al 60 %. Los números rojos de mayo serán peores.
Sin embargo, la gente ha respondido con largueza y el porcentaje de números negros es alto. Más del 50 % de los usuarios están honrando sus compromisos pese a la caída de los ingresos y a la gran incertidumbre en que vivimos.
¿Cómo ha sido la respuesta de los bancos y los grandes proveedores ante la pandemia? La respuesta cabe en una palabra: mezquina. No hay una sola condonación de deudas, ni exención de intereses, ni rebaja de tarifas por parte de empresas que llevan decenios obteniendo jugosas ganancias.
El Gobierno reparte panelas entre los pobres y billones entre los poderosos. Colpensiones asume cargas de los fondos privados. Varios funcionarios abogan por el salvamento, con recursos de la nación, de una aerolínea que tributa en un paraíso fiscal. Mientras los bancos y las EPS reciben gabelas suculentas, los hospitales públicos pasan afugias. En una exhibición obscena, la Presidencia de la República y los magistrados estrenan camionetas de alta gama. Minagricultura creó un fondo de ayuda para los agricultores, ¡y dos horas después ya estaba convertido en una nueva versión de Agro Ingreso Seguro!
La única buena noticia es que, pese a los palos de ciego del Gobierno e incluso de los epidemiólogos, Colombia la está sacando barata y la cifra de muertos por el coronavirus es una de las más bajas del mundo, resultado que se debe, supongo, a la disciplina de confinamiento de la población (digo “supongo” porque nada es seguro con el COVID-19. No sabemos si salta dos metros o diez, si existe o es un cuento chino, ni si podremos aplanarlo antes de que él nos aplane a todos).
En lo económico, ¿qué puede hacer el Estado? Asumir una política social generosa, como han hecho los países ricos e incluso países más pobres que Colombia, como Costa Rica, y pobrísimos, como El Salvador.
En lo doméstico, en lo relativo a cómo gastamos nuestros centavos de cada día mientras seguimos cuidándonos para morir de a poquitos, por orden de pico y cédula para que las funerarias no colapsen, la opinión de este tegua es que debemos entrar en cesación de pagos y reservar nuestra liquidez para lo indispensable, es decir, para comprar alimentos, preferiblemente en la tienda del barrio, que es casi tan cara como el supermercado pero al menos es de un vecino, no de una multinacional.
Los demás pagos pueden esperar, incluidos los de la salud, un servicio que está suspendido en la práctica y que nunca ha brillado por su calidad.
No tengo alma de agitador. Si aconsejo la cesación de pagos lo hago en uso del derecho a la legítima defensa de mi vida y la de mi familia, y en el marco de una situación de emergencia económica mundial.
Reconozco que la cesación de pagos general puede producir una reacción en cadena que nos lleve al colapso, pero ¿no es allá a donde nos conduce la economía de mercado?
Notas. Para una solución macroeconómica a esta emergencia remito al lector a mi columna “Keynes y el COVID-19”, que recoge la fórmula de Lides, un riguroso laboratorio de observación social dirigido por Mauricio Cabrera. La posición de resistencia social del no pago la tomo de un humanista y abogado de quilates, Mario Jinete, y concretamente de un video suyo que no dudo en recomendar: https://youtu.be/T4Pa-6FB9QI.