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Política y coronavirus

Francisco Leal Buitrago
25 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.
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Una coyuntura impredecible de salud (pasado, presente y futuro) es el eje actual del cotidiano quehacer mundial. Al respecto, vale la pena recordar el adagio popular “no hay mal que por bien no venga”, aunque con escepticismo en su dimensión política, pues permea toda relación social, con frecuencia de manera negativa, dadas las relaciones desiguales de poder.

Colombia es el país de la región con mayor complejidad geográfica en términos relativos, aspecto que propició fragilidad en su formación nacional, debilidad política del Estado y grandes desigualdades sociales. Estos fenómenos indujeron instituciones públicas sin fortaleza y, tras el tardío y caótico comienzo de modernización capitalista (1946-1965) –producto de la exportación sostenida de materias primas–, se debilitó el bipartidismo y se expandió el clientelismo. Con el aumento de los recursos económicos estatales se difundió la corrupción en las instituciones públicas, enlazándose de manera progresiva con las privadas. La consecuencia principal de este proceso ha sido la persistencia de violencias.

El origen del coronavirus fue China, que desestimó inicialmente el problema, para luego –con su talante gubernamental autoritario– comenzar a controlarlo. El ejemplo de tratamiento adecuado ha sido Corea del Sur –país con mayor desarrollo relativo mundial desde su estancada guerra con Corea del Norte–. En contraste, Italia, Francia y España, con problemas políticos internos, han sufrido su mayor expansión en Europa. Estados Unidos, con notorias contradicciones políticas gubernamentales, ha visto florecer su crecimiento interno.

Colombia, con el “tardío” arribo de la veloz pandemia, fue víctima inicial del inexperto Gobierno Nacional, que dejó avanzar el virus. Un tratamiento sobresaliente ha sido el de la Alcaldía de la capital, con un excelente equipo de gobierno. Su imagen en ascenso, y acompañamiento de gobiernos regionales y locales, ha dado una orientación apropiada, pese a trompicones de figuras nacionales.

Sin embargo, los complejos problemas estructurales nacionales, sintetizados antes, dificultan controlar pronto la pandemia. Menciono sus consecuencias en orden de su impacto negativo: 1. La desigualdad social –una de las mayores de América Latina–, con “rebusque” para sobrevivir en alrededor de la mitad de la población económicamente activa, que no puede permanecer en sus domicilios so pena de sufrir desnutrición. 2. El ineficiente sistema de salud y la incapacidad de los gobiernos para mejorarlo. 3. La acumulación de capital de una ínfima minoría de familias, estimulada por políticas económicas desde comienzos del capitalismo de mercado hace tres décadas, y su articulación con la corrupción política. 4. La debilidad política del Estado, unida a la endeble formación nacional, dificulta afrontar problemas estructurales en esta coyuntura. 5. La desidia de los gobiernos nacionales para solucionar problemas estructurales –como el abandono de regiones y las persistentes violencias– hace imposible predecir las consecuencias una vez se alcance el pico de casos de transmisión, sobre todo con la enorme deuda pública, la desvalorización del peso y el desequilibrio social de los impuestos.

En esta crítica situación es indispensable hacer un llamado a las mayorías democráticas de la ciudadanía para aprovechar el declive –lento pero constante– del caudillismo trasnochado y sus entornos del Gobierno y su partido, con el objetivo de estimular desde ya un triunfo político contundente en 2022. Lo observado en las pasadas elecciones es fuente destacada que alimenta la esperanza.

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