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Prometer para vender y después de vendido no cumplir lo prometido, eso es lo que en otros contextos y en temas más álgidos, legalmente hablando, se llama estupro; engañar es algo serio y complejo en cualquier ámbito. Una persona se demora un minuto en desenamorarse de una marca y una vida en olvidar la decepción (como en el amor), porque se vuelve el caballito de batalla para las comparaciones. Y eso es lo que me pasa con muchísima facilidad cuando me doy cuenta de que la promesa de venta es una basura, que se cae de su peso y que “se le notan las costuras”. Prometen el cielo y la tierra en los alimentos, prometen volverlo a uno una sirena en un minuto y prometen curar a la gente con el producto mágico. ¡Y no! No jueguen más con las expectativas y la desinformación de la gente pues incluso esos engaños rayan en temas de salud pública complejos que no podemos dejar a un lado.
Estoy pasando por el desenamoramiento profundo de una experiencia gastronómica (de esas que duelen, que lo cogen a uno fuera de base, como una decepción con quien creías era leal a ti), por eso, el día que salí a cenar con unos amigos y sucedió la mencionada mala experiencia, me tomé el tiempo para oír a la gente en la mesa de al lado y lo que encontré fue furias por comida fría, gente inconforme por los precios y las porciones, algo muy parecido a lo que nosotros comentábamos. En otras decepciones culinarias lo que más he notado que sucede es que la gente se queja bastante pues la oferta de la carta es mucho más elaborada que el mismo plato (hay algunos expertos en hacer poemas con las descripciones de la carta) y lo que llega a la mesa no es ni siquiera la mitad de lo imaginado como consecuencia de la consabida “regada en prosa”.
Entiendo claramente que si yo quiero comer pollo asado con papas saladas y me sirven pollo apanado, no tengo por qué comérmelo, ni pagarlo. Si se les acabó la producción no lo ofrezcan, y por favor que los meseros lo digan antes de que la gente se ilusione en la mesa, pero no pretendan que el cliente se coma lo que la cocina quiere, a menos que estemos hablando de restaurantes (muy de moda ahora) donde todo lo que llega a la mesa es una sorpresa, pero ese no es el caso (de eso hablaremos en otra columna).
Prometer para vender es la mentira más ridícula en la comida, uno sabe cuándo está comiendo pan viejo, jugo rendido o carne recalentada. Pero como dice el dicho, “todo se hace por vender”, y no, señores, al cliente se le respeta porque al final es ese mismo cliente el que iniciará una bola de nieve que rodará por redes sociales, el voz a voz y los costureros de las señoras contando la experiencia.
Cada día es más difícil hacer conejo a la hora de comer, el temido #FoodPorn o fotografías de alimentos intercambiadas en redes sociales es el mejor termómetro para saber qué me estoy metiendo a la boca. Hoy servir un plato nos puede tomar entre diez minutos o media hora, dependiendo de que se pida, pero solo un clic de una foto para acabar con la reputación de toda una cocina. Así que señores restauranteros pilas pues con la honestidad de sus ofertas, recuerden que este es un negocio que crece y es maravilloso en la medida en que haya muchos clientes satisfechos trayendo a otros. Se los dice una cliente fiel a lugares amorosos y respetuosos con sus comensales.
Hoy quiero recomendarles dos lugares que además de solucionarme la vida, me hacen muy feliz.
Stromboli: Escondida en una casa de Quinta Camacho, compartiendo espacio con tiendas de moda, está esta deliciosa pizzería. Con una receta impecable de “deep dish pizza” llena de sabores y mezclas muy propias de su cocina, hacen de la experiencia de la pizza un plan más sofisticado de lo normal. El lugar es muy lindo, bien logrado y acogedor, pero lo que más me gustó, el servicio. Buen plan hasta para salir con niños.
Agave Azul: Cocina mexicana en La Macarena. No tienen aviso, no es un restaurante con estándar de carta, pero desde que llega hasta que sale, tiene claro que va a comer muy mexicano. Sencillo sin muchas pretensiones, lo deja a uno con ganas de volver. Plan para toda la familia, mi recomendación, hacer reserva. No es que no quiera recomendar qué comer, pero siempre como los recomendados del día, ¡por eso les digo que no es un restaurante estándar!