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Santiago Zavala, el personaje de Conversación en La Catedral, preguntó famosamente: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. En efecto, un país sin un Poder Ejecutivo más o menos funcional está jodido, así a algunos les encante el deporte de descabezar presidentes mediante lo que allá se conoce como la moción de vacancia.
Pues bien, el penúltimo ocupante del sillón, Manuel Merino, un personaje insignificante que duró un gran total de cinco días en el cargo, fue promovido a la Presidencia, a pesar de casi no tener votos, para proteger una serie de universidades de garaje, entre otras cosas. Estas son para sus dueños un jugoso negocio justamente porque no enseñan casi nada, pese a lo mucho que cobran a sus despistados estudiantes. O sea que a Merino solo le alcanzó la gasolina para tumbar a Martín Vizcarra, quien a su vez había sustituido al renunciado PPK, el último elegido por voto popular. Francisco Sagasti, hoy presidente, deja el cargo en junio de 2021. De llegar hasta allá, será un ocupante secundario, pues en abril se celebrarán unas elecciones en las que saldrá elegido alguien para cinco años, si por el camino no lo vuelve a descabezar un Congreso enloquecido. Aunque falta tan poco, no se perfila ningún candidato fuerte, mientras que más de la mitad de los congresistas actuales tienen juicios abiertos. Alberto Vergara lo explica así en The New York Times: “... las democracias suelen sucumbir ante tiranos formidables, mientras que la peruana está muriendo de insignificancia”.
Si bien puede haber exageraciones, caben pocas dudas de que muchos altos dignatarios del país han hecho negocios en el poder, negocios con posibles implicaciones penales. El sistema de partidos en Perú no existe, como tampoco existe en buena parte de América Latina. Hay, además, un exabrupto sideral que es un Congreso unicameral con la reelección prohibida para sus miembros.
Colombia, el país donde vivo, tiene mil problemas salvo este de la decapitación deportiva de sus presidentes, un contraste notable. Solo una vez se ha propuesto de veras la renuncia de un presidente. Fue cuando se reveló que Ernesto Samper había sido financiado por el Cartel de Cali, acusación tan grave que ameritaba una renuncia, la cual no se dio, debido sobre todo a la inefable mezquindad de Fernando Botero Zea, mano derecha en la campaña, quien afirmó contra toda evidencia que el candidato sabía de la plata de los Rodríguez Orejuela, pero él no. Asimismo, la innecesaria renuncia de Humberto de la Calle a la Vicepresidencia le facilitó las cosas a Samper. En fin, ese fue el único caso, pues para dar otro ejemplo nunca se sugirió en serio que un presidente tan mediocre como Andrés Pastrana renunciara. Mucho menos concuerda uno con quienes hoy piden la salida prematura de Iván Duque. Lo conducente es dejarlo terminar y después elegir a alguien con una orientación distinta, si se cuenta con los votos suficientes para ello.
En el sur, en cambio, han sido abundantes y por lo general infortunadas las salidas de los presidentes antes del fin del mandato. Ojo, no es que los buenos saquen a los malos del poder, sino que algunos igual de malos se imponen, con el corolario nefasto de que por donde sale un presidente, salen dos, salen tres, salen varios, hasta que de repente llega algún populista eficaz, tipo Rafael Correa o Evo Morales, con ganas de quedarse durante décadas. Claro, en Perú también se está planteando la opción de la constituyente.