Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Después de nueve meses de silencio, los representantes del Gobierno sirio y de los principales grupos de la oposición se encontraron el viernes pasado en el Palacio de las Naciones. Y aunque nadie espera milagros de este nuevo ciclo de reuniones, lo cierto es que los triunfos militares turcos en el norte de Aleppo, la toma de Mossoul por las fuerzas militares iraquíes y la decisión del Kremlin de apoyar un diálogo político para terminar la guerra civil, le imprimen una nueva dinámica a estos acercamientos.
Todavía quedan varios miles de combatientes del Estado Islámico (EI) que van a luchar hasta la muerte, guiados por la misma convicción que los llevó a integrar las filas de un ejército de desequilibrados, o en el mejor de los casos, impulsados por el principio de supervivencia. Turquía, Irak e Irán han advertido que no van a hacerse cargo de prisioneros que puedan convertirse en focos de un nuevo califato en los años venideros.
Queda también el desafío de impedir que Al Qaeda llene los espacios vacíos que deje el EI, pues mientras el califato retrocede, la red Al Qaeda se expande eficazmente en Siria, Irak y Libia, segura de que el despliegue publicitario del EI fue una estrategia contraproducente, que multiplicó los enemigos y auspició una recolección masiva de fondos para que los EE. UU., Rusia y Europa intervinieran militarmente en el Medio Oriente.
De cualquier modo, y a pesar de las letras de sangre con las que se escribió este conflicto, la política está tomando la delantera sobre la guerra. En Siria, el desarrollo de las hostilidades demostró que el dispositivo militar fue completamente ineficaz para destituir al Gobierno de Bashar al-Ásad. Para bien o para mal, la transición a la paz se va a realizar con el régimen en el poder, lo que implica que al-Ásad tendrá un papel dominante en la reconstrucción institucional, política y económica del país, a pesar de que en puntos como el tratamiento de la oposición (también para bien o para mal), vaya a tener las manos atadas por su alianza con Moscú.
Hay que mencionar que el apoyo que el Gobierno del presidente Putin prestó a al-Ásad no oculta las diferencias evidentes entre ambos sobre la forma de terminar la guerra. Eso lo demuestra, de una parte, el hecho de que Moscú haya dado garantías en los últimos cese al fuego a las que al-Ásad se oponía, y de otra, que muy a pesar de la ventaja militar conquistada, Damasco haya sido obligado a reunirse desde el viernes en Ginebra con quienes se negó a recibir en los últimos meses.
Fuentes diplomáticas cercanas a la negociación informaron que el encuentro tuvo como punto de partida la resolución 2254 del Consejo de Seguridad, que respalda la creación de un órgano ejecutivo para iniciar un proceso de transición y la redacción de una nueva carta constitucional. El problema, sin embargo, radica más en quién tomará las decisiones para hacer factibles semejantes objetivos y no en su conveniencia para el futuro. Los miembros del órgano mencionado serán escogidos por Rusia, los EE. UU. y por los demás países que hicieron parte de la coalición internacional. Esto garantiza un consenso impuesto desde arriba a la sociedad siria, pero deja abierta la posibilidad para que los acuerdos se deshagan en cuanto las potencias dejen de vigilarlos. En cuanto a la constitución, es bien sabido que el papel aguanta todo…
Pasaran varios años antes de que esa pluralidad polimorfa que se agrupa en el Alto Comité de Negociación (ACN), que hoy agrupa a los diferentes grupos de la oposición reunidos en Ginebra, pueda esbozar una agenda coherente o ganar algún protagonismo en la administración del nuevo Estado. La organización de elecciones libres y transparentes (con al-Ásad en el poder, obviamente) debe convertirse en el único y gran objetivo del ACN, porque por ahora no podrá conquistar otros.