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Recientemente fue capturada Sor Teresa Gómez, hermanastra de los Castaño y persona clave del despojo de tierras paramilitar.
En Colombia son escasas las mujeres en el crimen organizado, y entre ellas es común que tengan parientes también delincuentes. Lorena Henao Montoya, la viuda de la mafia, hermana de los fundadores del cartel del Valle y Enilce López, la Gata, acusada de ordenar varios asesinatos con su medio hermano sugieren que para ellas el delito fue un asunto familiar. La insurgencia femenina también se ha dado con parientes. Nina Pizarro cuenta cómo, al volver de París, “mi hermano Carlos me abrió las puertas del M-19”. En una encuesta de la Fundación Ideas para la Paz, el 16% de las reinsertadas señalan que su reclutamiento se debió a un familiar.
A diferencia de los Henao, los Escobar y Gaviria, los Ochoa, los Rodríguez Orejuela, los Castaño, los “Urabeños”, los “Rastrojos”, los Vásquez Castaño o los Pizarro, que delinquieron en familia, es raro, en Colombia y el mundo, el reporte de hermanas criminales. Las francesas Christine y Lea Papin, que en 1933 asesinaron brutalmente a su patrona ni siquiera tenían antecedentes de mala conducta y fue el único crimen que cometieron. Los pocos casos famosos de hermanas con prontuario son de gemelas.
June y Jennifer Gibbons, las Silent Twins, nacidas en 1963 vivieron en Gales. Tenían problemas para hablar y desarrollaron una manera de comunicarse que nadie más entendía. Antes de cometer pequeños delitos y ser recluídas por once años, ambas escribieron novelas. Al salir de su encierro Jennifer decidió morirse para que su hermana pudiera llevar una vida normal. Igualmente extraña es la historia de dos delincuentes gemelas, nacidas en Minnesota hace poco más de un siglo. Separadas desde los tres años, MJ fue criada por su madre en California mientras que AE lo fue por amigos en Wyoming. MJ tuvo más dificultades en la vida que su hermana, quien creció sin problemas económicos. Se comunicaban ocasionalmente y sólo una vez pasaron juntas cuatro semanas de vacaciones. A los 16 años -cada una por su lado- empezaron a escaparse de la casa y a tener problemas con la justicia. Ambas terminaron internadas en correccionales. Por la misma época, dos mexicanas también gemelas y apartadas desde los nueve meses crecieron con circunstancias y familias radicalmente distintas. Una vivió en la ciudad y la otra en el desierto, pero al llegar a la adolescencia, como por arte de magia, cada una abandonó a su familia, se lanzó a la calle y empezó a delinquir. Las dos fueron detenidas varias veces.
El crimen femenino es raro, la reincidencia mucho más y que dos hermanas delincan repetidamente es algo verdaderamente excepcional. Si además son gemelas y encima criadas aparte, sería necio descartar la influencia de los genes.
Lo que se hereda no se hurta, pero tampoco lo es todo. Precisamente Sor Teresa Gómez ilustra que el crimen en familia no siempre es cuestión de sangre. Ella tan sólo es la esposa de un medio hermano de los Castaño, y la suegra de uno de sus lugartenientes.