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Y así, como si fuera un súbito tsunami, el pueblo se levantó como las voces de hace tiempo que cantaban “miren como nos hablan del paraíso, / cuando nos llueven balas como granizo”. Y se apareció, en la multitud, el fantasma renovado de Víctor Jara: “No me asusta la amenaza, / patrones de la miseria, / la estrella de la esperanza / continuará siendo nuestra”. Chile, al que los gurúes del neoliberalismo ponían como la milagrosa maravilla del “Estado mínimo” y el poder de las privatizaciones, estalló en protestas contra la “versión más salvaje del capitalismo”.
Chile, donde en 1973, y aupado por Washington y en particular por Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, se presentó un violento golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende, volvió a hacerse notar en las calles con revueltas contra las medidas antipopulares del gobierno de Sebastián Piñera. Uno de los países más desiguales en los ingresos según el índice Gini es Chile, el mismo al que los popes herederos de los Chicago Boys mostraban como un paradigma de progreso (bueno, sí, progreso para una minoría ínfima y explotadora).
Con una clase media asfixiada, con los sectores populares sufriendo privaciones, al tiempo que en el país cabalgan las privatizaciones, que vienen desde los tiempos de la dictadura de Augusto Pinochet, y han crecido, en Chile comenzó una suerte de primavera. Una de las más grandes manifestaciones de su historia marchó hace poco hasta el Palacio de La Moneda, notable desde el sangriento punch contra Allende y la Unidad Popular.
Hay un “terremoto social”, dicen allá. El estallido popular “era previsible tras 40 años de asalto neoliberal a la población”, acotó el lingüista estadounidense Noam Chomsky. El neoliberalismo, que concentra las riquezas y expande miserias entre el vasto pueblo, tuvo como fogoneros políticos en Inglaterra y Estados Unidos a Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Y sus raíces teóricas se remontan a la década del 20 con economistas como Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek. Y ese neoliberalismo empobrecedor de las mayorías es el que está ocasionando una conflagración social en Chile.
El estallido popular, que ha sido reprimido con saña por el gobierno, ha tenido no solo marchas, disturbios, refriegas y pedreas, sino demostraciones con happenings, puestas en escena artísticas y hasta con nudismo, como el performance de la fotógrafa Rocío Hormazábal: “Piñera me empelota”. Las imaginativas demostraciones tuvieron, por ejemplo, un desfile de gente vestida de blanco sobre la que aparecían manchas de pintura roja a modo de sangre. Y tornaron los cacerolazos.
El ejército y la policía han disparado a mansalva contra los manifestantes y los han reprimido de manera salvaje. Sin embargo, y pese a los toques de queda, al vuelo de helicópteros artillados, a las respuestas de fuerza del gobierno, el pueblo de Chile, curtido en decenas de batallas, ha dicho no a las medidas gubernamentales que han tenido en vilo los bolsillos y la estabilidad emocional de la gente.
Chile, en los últimos 40 años, ha sido, como lo califican contradictores del régimen, una mentira ideológica, una farsa impuesta como “modelo” a otros países de la región. El aumento exacerbado en el costo de vida, que abarca la educación, los servicios públicos, la salud, el transporte, ha reventado a la población. El sistema de pensiones y de salubridad ha sido descrito como “una fábrica de pobres”. La represión actual ha causado más de 20 muertos.
Desde los días posmodernos, cuando varios charlatanes al servicio del capitalismo salvaje promovían la barrabasada del “fin de la historia” y de las ideologías, con el ánimo de que continuara prevaleciendo la expoliación de las metrópolis hacia sus neocolonias, Chile fue puesta como una joyita (puro oropel) del neoliberalismo. La realidad ha mostrado que la inequidad es protuberante.
La movilización, sin antecedentes en la historia reciente de ese país, ha puesto en vilo al gobierno de Piñera, a quien le exigen la renuncia. En las marchas, en las que ha habido homenajes a Violeta Parra y Víctor Jara, juglares representativos en la historia de la canción popular en América Latina, hasta los hinchas de tradicionales equipos de Santiago han desfilado con las banderas y camisetas de sus divisas. Chile, con su fuego por la dignidad y la justicia, es, a su vez, una suerte de ejemplo para otros pueblos que también padecen desventuras sociales y económicas.
En Colombia, por ejemplo, se prepara para el 21 de noviembre un paro general contra el “paquetazo” de medidas antipopulares del gobierno Duque, como las reformas laboral y pensional, y no sería extraño que aquí se replicara la voz de un cantor chileno, al que tras el golpe de Estado contra Allende los militares torturaron y asesinaron: “Aquí se encajó mi canto / como dijera Violeta / guitarra trabajadora / con olor a primavera”.