Suponga usted que un terremoto gigantesco arrasa con una buena parte de las edificaciones que existen a lo largo y ancho del territorio nacional. Muchos pierden su vivienda, algunos incluso pierden sus mansiones o sus edificios. Pero los que más sufren son los pobres, porque viven en las edificaciones más frágiles y, al perder su casa, pierden todo lo que tienen. Pues bien, la pandemia del coronavirus es un fenómeno similar, solo que mucho menos visible; primero, porque lo que se destruye no es la vivienda sino el trabajo y, segundo, porque los muertos no quedan bajo los escombros, sino que fallecen en los hospitales o en sus...
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