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Indira Cato hubo de permanecer oculta ante los ojos del mundo porque tuvo la desgracia de que su padre, el prestigioso escritor Gabriel García Márquez, no alcanzó a sentir el suficiente amor hacia ella como para darle su apellido, así como tampoco, para que públicamente se supiera de su existencia. (La noticia: Así es la vida en México de la hija del Nobel de Literatura colombiano).
Imagino que, desde su más tierna infancia, cuando a Indira le preguntaban por su padre, sentía allá en su corazón, lo que él le manifestó durante 23 años hasta el día en que murió: que no era digna de ser reconocida por tan brillante y ejemplar hombre de letras felizmente casado y orgulloso padre de dos hijos nacidos bajo la sacrosanta bendición del matrimonio.
Como cualquier hombre infame de sus novelas o cuentos, el gran Premio Nobel de Literatura le robó la identidad a una hija que, según dicen los informes periodísticos, fue producto de un gran amor entre él y la joven guionista y productora de cine mexicana, Susana Cato, 33 años menor que él. En 1991, cuando el escritor tenía 63 años fue padre por tercera vez, y desde entonces hasta su muerte en 2014, repudió a la niña que nació tras un romance que surgió en la Escuela Internacional de San Antonio de los Baños de Cuba -creada por él-, mientras profesor y alumna escribían a cuatro manos un guion cinematográfico, paradójicamente titulado “Con el amor no se juega”. Al parecer, la relación profesional y afectiva la mantuvieron durante varios años, a espaldas del gran mundo célebre del escritor.
El acto que se perpetra contra un hijo al negarle el apellido no es otra cosa que un acto de desaparición filial, afectiva y social. El gran literato desapareció a su hija del mundo conocido. Esto es una verdadera monstruosidad contra un niño cada día de su vida, pero el daño causado jamás será medible. García Márquez le arrancó a Indira Cato un enorme pedazo de su existencia que, posiblemente la arrinconó frente a los demás niños y la hizo callar el dolor y la rabia por no poder decir quién era su padre, mientras que él, era homenajeado en los más altos espacios públicos del mundo, con la presencia de sus orgullosos hijos reconocidos -sus hermanos-, y de su querida y respetada esposa.
García Márquez, como millones de hombres en Latinoamérica, vio la paternidad como un hecho de su voluntad y no como un acto de responsabilidad y respeto, en este caso, hacia una niña indefensa. En este trozo del mundo desde hace decenas de años, no reconocer a un hijo se tolera socialmente como si fuese lo más natural del mundo: millones de madres solteras allí, han tenido que empeñar sus vidas hasta la esclavitud, por intentar criar a sus hijos solas sin que ni siquiera el Estado les eche una mano. Y para el irresponsable padre ni siquiera un afeamiento social que condene su ruindad. En Colombia especialmente, es tan común que el padre salga corriendo cuando tiene un hijo no deseado, que en los jóvenes sicarios de la Medellín de Pablo Escobar, algunos de esos hijos repudiados que se convirtieron en matones a sueldo del narcotráfico incluso desde antes de cumplir los 18 años, era muy popular este dicho, que para ellos era muy descriptivo ante su falta de identidad paternal: “madre no hay sino una, en cambio, padre puede ser cualquier hijueputa”. Así manifestaban el dolor y la indignación por haber sido abandonados por sus padres.
El gran escritor y periodista es un perfecto producto de la sociedad en la que creció. ¿Cómo es posible que haya tantos millones de hijos sin padre y a nadie le sorprenda? Pero, y la madre de la hija oculta de García Márquez, ¿cómo pudo aceptar que su hija no tuviera un padre? Sorprende la aparente comprensión de ella. Sin llegar a señalarla -porque ella también es hija de esa sociedad que convierte a las mujeres en ciudadanas de segunda y las juzga, condena y atemoriza al tiempo que salva a los hombres irresponsables-, me pregunto: ¿cómo fue capaz de permitir el expolio espiritual contra su hija? ¿Era menos importante la identidad de su hija que la aparente protección de la imagen de su padre y de la familia del matrimonio de él?
Según lo publicado en la prensa, García Márquez “respondió por la hija y era muy feliz cuando estaba con ella”. Yo quiero decir que nunca respondió por la hija; no, así haya aportado dinero. La abandonó al despojarla del reconocimiento al que todo niño en el mundo tiene derecho y que está contemplado en la Convención Internacional sobre los derechos del Niño: el derecho a tener un nombre, es decir, en este caso, los dos apellidos de sus dos padres. La hija, con seguridad, fue muy infeliz por ser tratada en pleno siglo XXI como una hija bastarda de un alto noble del siglo XIX. ¿Cómo puede ser que un hombre que pregonó los valores sociales, el respeto y la admiración hacia las mujeres, en una época cuando los hijos habidos fuera del matrimonio son reconocidos y tratados con igualdad frente a los nacidos dentro de él, haya humillado, vejado y maltratado de tal manera tanto a la madre como a su hija?
Dicen quienes publicaron la noticia que la existencia de Indira Cato era conocida por todos los familiares del célebre escritor, por sus otros hijos reconocidos, Rodrigo y Gonzalo, y por su esposa Mercedes Barcha, pero que el secreto se guardó para proteger a Mercedes. ¿Protegerla de qué? Si acaso, resguardar la aparente imagen de hogar sólido, amoroso y firme que, evidentemente, no era tal. Mientras que “por respeto” protegían a la familia del chismorreo mundial, a Indira la desampararon y denigraron con ese silencio bien guardado que, al parecer, hasta a ella misma la ha convencido de no ser merecedora ni de llevar el apellido de su padre ni de ser reconocida socialmente como su hija.
García Márquez, entre 1991 y 2014, mientras publicaba con todos los honores, Del amor y otros demonios, Noticia de un secuestro, Doce cuentos peregrinos, Diatriba de amor contra un hombre sentado, Memoria de mis putas tristes y su autobiografía ‘Vivir para contarla’, escondía ante el mundo, para vergüenza de él y no de Indira, a la hija a la que le negó todo, en especial, que ella pudiera llevar en su corazón no solo el apellido al que tiene derecho, sino su verdadera identidad. Igualmente, le impidió estar en igualdad de condiciones con sus hermanos Rodrigo y Gonzalo, un derecho inalienable para cualquier hijo y hermano en el mundo.
En Colombia, territorio de hijos abandonados, ya están salvando a este indigno padre y le están blanqueando este acto abyecto de su vida. Han llegado incluso a decir que él sí quiso reconocer a la niña, pero que Susana Cato, la madre, se lo impidió. ¿De verdad alguien puede creer que un padre, con la personalidad arrogante, soberbia y ególatra de García Márquez, podría permitir que no le dejaran ser padre legal y social de una hija? Dicen allí que todo ser humano puede tener defectos, pero que García Márquez al ocultar la existencia de su hija, no deja de ser ese hombre generoso, solidario y grande que todos conocen. ¿Y cómo más podían responder en un país donde abandonar a los hijos es pan de cada día, incluso los habidos dentro del matrimonio?
También me pregunto ¿cómo Mercedes Barcha, la esposa, pudo consentir que una niña, hija de su esposo, no fuese reconocida? De ella dicen que era una mujer ejemplar. Pues para una mujer así, primero deberían estar los derechos de los niños antes que su propio dolor. Y los hijos legales del matrimonio, los hermanos de Indira, uno gran director de cine y el otro artista gráfico de 61 y 58 años, también se han quedado silenciosos ante la infamia de tener una hermana desaparecida de los afectos, de la sociedad, y por qué no decirlo, de la herencia.
La historia de esta hija repudiada por uno de los más grandes escritores de habla hispana de todos los tiempos salió a la luz siete años después de la muerte del genio de las letras y dos, tras el fallecimiento de su esposa. ¿De verdad es tan grande la mancha que deja una hija nacida fuera del matrimonio como para que una familia prestigiosa y respetada la mantenga durante 31 años bajo candado? La explicación la encuentro en la soledad descrita por García Márquez no solo en su novela insigne sino en toda su obra, y que, según el escritor, ha mantenido a América Latina siempre en el fango: la falta de respeto de quienes han tenido el poder hacia sus ciudadanos y la impunidad de la que siempre han gozado. García Márquez se comportó con su hija tal como lo hicieron todos los dictadores con sus pueblos en sus diferentes historias: arrebatándole todos los derechos, la identidad y la dignidad, para así poder negar su existencia y abusar de su desamparo. Ahora, tras conocerse este acto despreciable de uno de los hombres más insignes de Colombia, ¿una gran parte de la sociedad colombiana le concederá el beneficio de la impunidad, manteniendo su nombre y su recuerdo sin tacha alguna?
Indira Cato, que en realidad es Indira García, ha tenido que soportar 31 años de desprecio, abandono, despojo y soledad. Su padre prefirió mantenerla allá en Macondo bajo cerrojo, en lugar de haberle proporcionado esa dignidad que tanto reclamó en su obra y en sus discursos para todos los pueblos de América Latina.
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Indira tiene actualmente 31 años y es una reconocida guionista y documentalista mexicana. Su madre, Susana Cato, de 62, es una escritora y productora de cine, también mexicana.
* Olga Gayón es escritora y periodista colombiana radicada en Bruselas.