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Duque quiere hacer trizas la paz. Seguimos pues frente al mismo dilema: o la política uribista o la paz. También enfrentamos otro, íntimamente asociado: o esa política o la verdad. En dos sentidos simples. En esta columna me referiré a uno; dedicaré otra al segundo.
El primero es que Uribe a través de su aprensivo agente, el señor Duque, ha montado en su ofensiva contra la paz un tinglado de embustes impresionante. Como los ejemplos se cuentan por las decenas e incluso los cientos (no exagero), me referiré a tres de los más obvios e importantes. Para defender el ataque a la JEP, el alto comisionado para la Paz, Miguel Ceballos, dijo que ese no era un quebrantamiento de lo pactado, pues las Farc habían aceptado entrar al juego institucional. Me temo que este pobre sofisma es lo único que tienen los uribistas para defender la violación de la palabra empeñada por el Estado. Claro: los de las Farc decidieron entrar al juego institucional, pero bajo las condiciones que firmaron con el Gobierno. No bajo otras. Les quieren poner conejo —más del que les han puesto todavía—. Lindo regalo, de paso, a las disidencias y a todos aquellos que dicen que hubiera sido mejor quedarse en el monte.
El segundo es el cuento de Duque de que su intento de destruir la JEP (pues de eso se trata; objeciones hoy y reforma constitucional mañana) es para unirnos. Tamaña ridiculez. Es para unirlos: para unir a la cúpula uribista. Porque ni Uribe ni su corriente pueden tolerar que personas como el general retirado Del Río hablen. Ese es el problema de fondo. El extremismo y la posición radical de Duque contra la paz han fracturado aún más a la sociedad colombiana. Duque no habla, ni podría hacerlo, en nombre de la “unidad”: pues es el vocero de un caudillo que quiere y necesita desmontar la paz, amordazar a las universidades públicas y a quienes lo critiquen, rearmar a sus apoyos, y así sucesivamente. A propósito: estamos al principio de la implementación de la agenda. Aquí no habrá pausas.
El tercero es el motivo que inspira la convocatoria del plebiscito anti-JEP que ya anunció Duque: la lucha contra la violencia sexual contra los menores. Para quien haya seguido con atención al señor que quiere hoy unirnos, esa jugada de laboratorio no es sorprendente pues estaba planteada desde el inicio de su campaña presidencial: pintar a los de las Farc como violadores de niños, para después decir que con ellos la paz es imposible. Si fallaba la carta del narcotráfico, entonces se podría apelar a esta: una demagogia sexual que logrará incendiar todas las pasiones y transformará el debate público en un linchamiento. Ojo: estrategia abyecta pero no estúpida. Reveladora de lo que es la “moderación” de Duque. Como sabrán algunos lectores, esto ya llegó a la Comisión de Paz del Congreso, en donde el uribismo hizo una primera puesta en escena de un libreto que ya tenía redactado desde hace rato.
Ahora bien, se preguntarán otros: ¿y si las Farc incurrieron en violaciones masivas? Ciertamente, no creo que hayan estado ni de lejos en el primer lugar del elenco de perpetradores. Pero aquí la respuesta es más simple: el Acuerdo de Paz da mecanismos institucionales para averiguarlo. El señor Duque de hecho podría tomar la iniciativa escribiéndole a la JEP y/o a la Comisión de la Verdad algo del siguiente tenor: “Una duda me perfora el alma. Creo que los de las Farc son violadores. Como ustedes tienen el mandato de investigar este tipo de cosas, ¿podrían hacerlo para mí? Quiero una respuesta en seis meses. Reaccionaré a la luz de ella”. Ese sería un procedimiento con un mínimo de buena de fe. Pero no. La idea es poner en escena un linchamiento para arrasar con el Acuerdo. En nombre de la unidad.