Trump contra la amenaza socialista

Paul Krugman
10 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.
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En 1961, Estados Unidos enfrentó lo que para los conservadores fue una amenaza mortal: llamados para la creación de un programa nacional de seguro médico con cobertura para los adultos mayores. En un intento por evitar ese destino fatídico, la Asociación Médica de Estados Unidos lanzó lo que se llamó la “Operación taza de café”, un intento pionero de mercadotecnia viral.

Así fue como se implementó: se pidió a las esposas de los médicos (sí, era 1961) que invitaran a sus amigas a sus hogares para que escucharan una grabación en la que Ronald Reagan explicaba que la medicina socializada destruiría la libertad estadounidense. Las amas de casa, a su vez, tenían que escribir cartas al Congreso denunciando la amenaza de Medicare.

Evidentemente, la estrategia no funcionó; Medicare no solo entró en vigor, sino que se volvió tan popular que hoy en día los republicanos de manera rutinaria acusan (con falsedades) a los demócratas de planear recortar el financiamiento al programa. No obstante, la estrategia —que afirma que cualquier intento de fortalecer la red de seguridad social o limitar la desigualdad hará que caigamos irremediablemente en el totalitarismo— persiste.

Así fue como Donald Trump, en su discurso del Estado de la Unión, dejó de lado brevemente sus habituales advertencias sobre la escalofriante gente de piel morena para hacer advertencias sobre la amenaza del socialismo.

¿A qué se refiere la gente de Trump, o los conservadores en general, cuando habla de “socialismo”? La respuesta es… depende.

A veces, es cualquier tipo de liberalismonómico. Por eso, después del discurso, Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, alabó la economía de Trump y declaró: “No vamos a regresar al socialismo”, como si apenas en 2016, Estados Unidos hubiera sido un cuchitril socialista. ¿Quién lo hubiera dicho?

Sin embargo, en otras ocasiones se refieren a la planeación central al estilo soviético, o la nacionalización de la industria al estilo de Venezuela, sin tener en cuenta la realidad de que básicamente no hay un solo político estadounidense que abogue por tales cosas.

El truco —y “truco” es la palabra correcta— consiste en intercalar esos significados totalmente distintos y esperar que nadie se dé cuenta. ¿Dicen que quieren educación universitaria gratuita? ¡Piensen en toda la gente que murió de hambre en Ucrania! Y no, no es una caricatura: lean el extraño y adulador informe sobre el socialismo que los economistas de Trump dieron a conocer el otoño pasado, que, en esencia, es lo que sostiene.

Así que vamos a hablar de lo que realmente está sucediendo.

Algunos políticos progresistas estadounidenses ahora se definen a sí mismos como socialistas, y un número importante de electores, incluida una mayoría de electores menores de 30 años, dice estar a favor del socialismo. No obstante, ni los políticos ni los electores están clamando que el gobierno nacionalice los medios de producción. Más bien, se han servido de la retórica conservadora que tilda de socialismo cualquier cosa que modere los excesos de una economía de mercados y, de hecho, dijeron: “Bueno, siendo así, soy socialista”.

Lo que los estadounidenses que apoyan el “socialismo” en realidad quieren es lo que el resto del mundo llama socialdemocracia: una economía de mercados, pero en la que las penurias extremas se limiten gracias a una red de seguridad social fuerte y la desigualdad extrema se limite con impuestos progresistas. Quieren que Estados Unidos se convierta en Dinamarca o Noruega, no en Venezuela.

En caso de que nunca hayan estado ahí, los países nórdicos no son, para nada, cuchitriles; tienen un producto interno bruto per cápita más bajo que Estados Unidos, pero eso se debe en gran medida a que tienen más vacaciones. En comparación con EE. UU., tienen una mayor expectativa de vida, mucha menos pobreza y, en general, están considerablemente más satisfechos con la vida que llevan. Ah, y tienen altos niveles de emprendimiento, porque la gente está más dispuesta a asumir el riesgo de abrir un negocio cuando sabe que no se quedará sin servicios médicos ni caerá en la pobreza extrema si fracasa.

Es evidente que los economistas de Trump se las vieron negras para hacer que la realidad de las sociedades nórdicas embonara en su manifiesto antisocialista. En algunas partes dicen que los nórdicos en realidad no son socialistas; en otras, tratan desesperadamente de demostrar que, a pesar de las apariencias, los daneses y los suecos sufren; por ejemplo, les sale muy caro operar una camioneta. Y no estoy inventando nada.

¿Qué hay del paso inevitable del liberalismo al totalitarismo? No existe prueba alguna de que exista. Medicare no acabó con la libertad. Ni la Rusia estalinista ni la China maoísta surgieron de socialdemocracias. Venezuela era un petro-Estado corrupto mucho antes de que Hugo Chávez llegara. Si hay un camino a la servidumbre, no se me ocurre ninguna nación que lo haya tomado.

De tal modo que asustar a los demás con el socialismo es absurdo y deshonesto, pero: ¿será eficiente en lo político?

Tal vez no. Después de todo, los electores apoyan de manera abrumadora la mayoría de las políticas propuestas por los “socialistas” estadounidenses, incluyendo los impuestos más elevados a los ricos y que Medicare esté disponible para todos (aunque no apoyan los planes que obligarían a la gente a renunciar a sus seguros privados, una advertencia para que los demócratas no le hagan una prueba de fuego a la pureza del pagador único).

Por otra parte, nunca debemos subestimar el poder de la deshonestidad. Los medios de derecha dirán de cualquiera que los demócratas nombren candidato a la Presidencia que es la personificación misma de León Trotsky, y millones de personas les creerán. Solo esperemos que el resto de los medios informen el secretito limpio del socialismo estadounidense, que es que no es radical en absoluto.

(c) The New York Times.

 

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