Un año sin gobierno

Hernando Gómez Buendía
04 de agosto de 2019 - 07:30 a. m.
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Este año ha demostrado que es imposible gobernar con Uribe y es imposible gobernar sin Uribe.

El pobre Duque no sería presidente sin Uribe, porque Uribe es el gran elector de Colombia y la única figura nacional que todavía significa algo. Pero Duque no puede gobernar con Uribe porque la agenda de Uribe se agotó, y ni siquiera él ha podido renovarla.

Esa agenda por supuesto consistía en acabar con las Farc. Fueron ocho años de Seguridad Democrática, que de paso acabaron con los partidos políticos y con los pocos liderazgos que existían. Cierto que Santos sobrevivió, pero no como el líder que no era, sino como el reemplazo escogido por Uribe para acabar la tarea que él no pudo terminar.

Solo que Santos era Santos y decidió acabar las Farc por otra vía. En cambio, el pobre Duque no era nadie y, sobre todo, se quedó sin tarea: por eso lleva un año tratando de inventársela.

La tarea más obvia que no ha podido ejercer es la de jefe de partido o jefe de bancada oficialista que trámite su agenda en el Congreso. Con apenas tres leyes aprobadas (la tributaria, el plan de desarrollo, la de telecomunicaciones), es evidente que Duque ha hecho menos en el año que sus dos predecesores. También es evidente el desajuste entre las prioridades de su jefe Uribe (impunidad total para los militares y absolución de “Uribito”) y aquella vaga consigna de “legalidad, emprendimiento y equidad” que inspira al presidente.

Por eso Duque está embarcado en dos dilemas que le impiden gobernar. El primero: tener ministros técnicos e inútiles, o repartir mermelada para hacer que el Congreso le obedezca. El segundo: ser el uribista duro y vengativo que le pide su partido, o ser el joven sin odios que piensa en el futuro.

Todo mundo espera que Duque cambie el gabinete y con eso resuelva su primer dilema. Pero aun así le quedará el segundo, porque Duque no tiene proyecto de país, ni en todo caso sabe cómo podría lograrlo. Es un buen tipo y es también un inepto, sin ninguna propuesta de reforma medianamente seria u honda en ningún campo.

En el mejor de los casos, y si Dios nos ayuda, podemos esperar que al presidente Duque no le aguarden crisis muy severas, y que administre las cosas como están, sin demasiados escándalos o errores. Mientras tanto el buen tipo seguirá tratando de encontrar un oficio, como el de conferencista en el área de la economía naranja, embajador volante, encargado de tumbar a Maduro, trasportador de flores, comentarista deportivo o ciudadano que marcha contra su gobierno.

Mejor eso que aferrarse al pasado, que predicar el odio o saquear el fisco. Y es que en honor a la verdad hay que decir que Duque no es el único político sin proyecto de país. No lo tiene Uribe porque ya no hay Farc, no lo tienen los defensores del Acuerdo porque el acuerdo murió con el desarme de las Farc, no lo tiene la izquierda enredada en mezquindades, no lo tienen los “independientes” porque desaparecieron, no hay ninguna figura que esté diciendo nada, y hasta la prensa languidece porque no tiene de qué hablar como no sea del pasado (Santrich, la JEP, Uribito…).

Es el vacío perfecto para que cualquier aventurero o demagogo arrastre a la opinión tras la promesa dorada de algún futuro ilusorio.

* Director de la revista digital Razón Pública.

 

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