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Luego de una buena temporada de ferias, fiestas, juegos y espectáculos con la familia, la pareja y hasta con los amigos, hay muchas cosas que traemos con nosotros de los viajes que hacemos a fin de año, por cortos que sean. Aparte de ropa sucia, muchas fotos, vídeos y un par de kilos de más, lo más valioso para mí son los recuerdos de los momentos vividos, los paisajes vistos y, sobre todo, los platos que desfilaron frente a mis ojos. Quizá la mejor forma de conocer las raíces y la esencia de una cultura es su comida. Esas recetas que en cada ciudad nos venden como la herencia sagrada, hasta las innovadoras preparaciones de hoy, nos cuentan mucho de quiénes somos y cuán arraigados están los sabores en los paladares del mundo.
Fui de vacaciones a Estados Unidos con mi familia, y a pesar que a vuelo de pájaro cualquier persona podría decir que allá solo se come comida chatarra, y que las hamburguesas y los perros calientes son los reyes, hay que estar atentos a esas variaciones locales que hacen los lugares únicos, así como a los negocios de migrantes que reproducen lo mejor de su gastronomía con un toque de nostalgia por su país.
Tanto en Nueva York como en otros grandes destinos turísticos del mundo encontrarán los tradicionales barrios chinos e italianos, que se identifican facilmente por las amplias poblaciones que se han acentado en las ciudades, donde encuentran restaurantes, cafeterías y tiendas que proveen a la comunidad y a los locales de productos importados de dichos países, logrando así replicar bocados como en su tierra natal. Particularmente Little Italy, en la capital del mundo, es uno de mis destinos obligados. En esta ocasión pasamos por Lombardi’s, donde termina SoHo y comienza El Barrio Italiano. Sin reserva ni lo intenten, sus diez mesas viven a reventar y no hay posibilidad de hacer maromas para que sea fácil un puesto antes de dos horas. Así que planíllense, vale la pena probar la mejor pizza según varios comensales (incluida yo) que tiene la Gran Manzana hoy por hoy. Con un menú corto y perfecto de pizza, cerveza y quizás un helado, irán al cielo y volverán por más.
Además de esa maravillosa experiencia, tambien encontré un lugar muy particular. Era algo así como una construcción en Lego, pues el restaurante es la unión de varios primeros pisos de diferentes edificios para responder a la inmensa demanda. Sin reserva es difícil encontrar una mesa, pero vale la pena esperar en el bar por una de sus pizzas o una clásica salsa napolitana. La espera fue de unos 30 minutos, pero la felicidad de comer como en una cafeteria en una plaza italiana duró unas dos horas y será eterna en mi memoria, gracias a los sabores de esos spaguettis con albóndigas que me comí. Se trata de recetas clásicas, un homenaje a las Nonnas y a los cremosos helados italianos. Todo esto encuentran en “La Mela”, un restaurante donde, como en todos los lugares italianos tradicionales, la carta es corta y poco innovadora, pues el truco está en la perfección de sus recetas de siempre, manteniendo vivos los sabores de la abuela, la suegra y la esposa, aprovechando los toques secretos heredados. Una buena pasta marinera, unos espaguettis con albóndigas gigantes o un sencillo Spaguetti Cacio e Pepe fueron la esencia de una deliciosa comida. Pan y vino de la casa junto con un poco de música propia de la Toscana, hicieron dichoso este almuerzo familiar. ¡No se diga más! Se come bien, se paga lo que vale y es necesario salir a caminar un poco más porque las porciones son bien grandes. El postre hay que comerlo en otro lugar, y a nosotros nos sedujo saber que en Café Palermo está el mejor cannoli del planeta. Bastante dulce para mi gusto, pero la excelencia de la crema y la galleta es de ligas mundiales, así que amerita conocerlo.
Además de comer, como buena turista que le toma fotos a todo, había que hacer todos los recorridos a pie que fueran posibles. La ciudad y su tráfico hacen que obligatoriamente se tenga que caminar, parar, mirar y preguntar “¿qué venden los orientales en los puestos de frutas y verduras de las calles?”; revisar la carta del “food truck” que tiene una fila que le da la vuelta a la manzana y, clarísimamente, comenzar a guardar bolsas con comida para probar más tarde. Los avisos luminosos, las cartas puestas en las aceras y siempre una que otra recomendación de aplicaciones gastronómicas los llevaran de paseo por diferentes cocinas del mundo, de las cuales seguro se van a enamorar.
Por eso quiero dejarles algunos recomendados que a mi siempre me dejan recuerdo maravillosos en mi memoria gastronómica:
Jing Fong: Comida cantonesa, donde las recetas de la familia mantienen viva la historia milenaria de esta inmensa comunidad.
Ippudo: Una cadena mundialmente reconocida por su excelente comida japonesa. Ramen en su forma más pura y con cierto grado de innovación, es su fuerte. Además varios platos de comida contemporanea.
Jojo Restaurant: El primer restaurante del aclamado chef Jean-Georges Vongerichten, con una carta pequeña, de recetas locales; los platos son un manjar. “Del campo a la mesa” es su promesa de venta, la cual esta perfectamente lograda en cada uno de sus platos.
Marea: Este es un premio que se merece quien realmente disfruta del buen comer. Necesitan tiempo y mucho gusto por la comida italiana de mar. Una interpretación moderna de recetas clásicas hacen de esta experiencia un lujo gastronómico que deben disfrutar. Indispensable hacer reserva.
Estorio Milos: Clásica cocina mediterránea - griega donde la frescura de los productos siempre logra enamorar. Variada oferta de productos de mar locales e importados hacen que esta carta siempre sea una gran opción para compartir al centro de la mesa. No hay plato malo, se los aseguro. El servicio puedo decir con tranquilidad es quizas su toque secreto, siempre hay alguien que mejora la experiencia, recomienda y acompaña cada servciio.
Nueva York tiene una particularidad que para mí es fantástica: siempre hay una cafeteria o un pequeño restaurante o un gran chef que no duerme. ¡Eso hace que la vida sea bella!