Una decisión difícil

Hernando Gómez Buendía
10 de junio de 2018 - 04:00 a. m.
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Cuatro años de conflictos destructivos, o cuatro años de un gobierno inútil: estos parecen ser los escenarios.

El problema fundamental de Petro sería estrellarse contra el establecimiento. El problema fundamental de Duque es ser un instrumento del establecimiento. Pero en uno u otro caso, el dilema de Colombia será el mismo: conflictos graves o gobierno inútil.

Petro llegaría solo, sin equipo y sin partido, pero además –y ante todo– la elección de un presidente no cambiaría por sí misma el sistema económico y político.

Ese sistema que Petro analiza y denuncia con tanta lucidez y contundencia: el de las “mafias que manejan el Estado”, los “cinco ricos”, las minero-petroleras, los señores “feudales” de la tierra, los narcos y los paramilitares que en efecto son la causa de la improductividad, la corrupción, el daño ambiental, la desigualdad, la discriminación, la pobreza, la violencia y el atraso regional que padecemos.

El problema es que para arreglar esos males –los verdaderos males de Colombia– hay que cambiar el sistema que los causa.

Claro que Petro mide sus propuestas, e incluso logra que no suenen radicales, pero esto no evita la tensión de fondo: si las reformas son tímidas no sirven, y si son serias encontrarán la resistencia feroz de ese sistema económico y político.

El solo hecho de que Petro gane provocaría una crisis financiera: puede que sea injusta, pero es la lógica inclemente del mercado. Y a pocos días de empezar su gobierno, Petro se estrellaría con el Congreso, donde es una minoría y donde ahora dice que sumaría los de la U y los liberales que están con Duque y sin darles mermelada.

Pero eso por supuesto es imposible, y Petro entonces tendría dos caminos: movilizar al pueblo y escalar el conflicto, o resignarse a que lo tengan maniatado pero haciendo pataletas.

Duque no llega solo sino precisamente lo contrario: llega en hombros –y en manos– del establecimiento económico y político que es la causa de todos esos males. Por eso su diagnóstico simplón y su receta de menos Estado pero más autoridad impuesta desde arriba.

Pero el Estado que recibe Duque no tiene autoridad ni fuerza para imponer el orden a las malas. Y vendrán los conflictos destructivos.

Menciono los más obvios. Primero será el conflicto de verdad con Venezuela, porque la fórmula de Duque es que Maduro se caiga con ayuda extranjera. Vendrá la guerra perdedora de las drogas, con las fumigaciones, la “extinción” de los carteles y el castigo a los consumidores. Las concesiones a las Farc serán retrotraídas y al Eln se le pondrán condiciones imposibles. A los microtraficantes y demás delincuentes les caerá la misma mano dura que fracasó en Centroamérica… Y todo esto sin contar la revancha de Uribe y de su gente, o el choque de trenes que implicaría lo de acabar las Cortes o reducir el Congreso a cien curules, la “dictadura” que vaticina Petro –y no sin fundamento–.

La otra opción de Duque es ser él mismo, esa buena persona sin peso y sin sustancia que quisiera acabar la corrupción y ser independiente, es decir que se queda apoyado… en el aire. Una especie empeorada de Pastrana y otros años perdidos de Colombia.

Lo trágico de Petro es que no puede cumplir su programa. Lo trágico de Duque es que lo hagan cumplir su programa.

De modo que estamos abocados a escoger entre dos males. Mejor dicho entre tres, porque la abstención es cobardía y un voto en blanco es el otro mal que queda.

*Director de la revista digital Razón Pública.

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