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Vicente Pérez Silva sintió la presencia y el aroma de los libros desde corta edad. Su padre mantenía consigo una vieja edición del Quijote, cuyos episodios repasaba con placer en el sosiego del predio campestre que poseía en La Cruz (Nariño). Allí nació, el 25 de enero de 1929, el nuevo miembro de la familia, que de pocos meses ya se entretenía con las hojas que contaban la vida y los milagros del ilustre andariego de caminos.
La devoción que su padre tenía por don Quijote se le pegó a la piel como marca indeleble. Y de la piel le pasó al corazón. Corridos los años, Pérez Silva acentuaría el significado perfecto del personaje: “Luz y espejo de lo caballeroso, guía y antorcha del ideal, arrimo y reparo de los tristes, consuelo de los afligidos, alivio de los menesterosos, hartura de los mendigos, sostén de los pobres, faro de los caminantes y guía de hombres y de pueblos”.
Tres de los libros de Pérez Silva están dedicados al ingenioso hidalgo de La Mancha, que no obstante la distancia que lo separaba del municipio colombiano de La Cruz —La Cruz del Mayo, en su exacta denominación— un día llegó hasta allí en el tomo que acariciaba su padre en la tierra edénica. Tales libros son: Quijotes y quijotadas, Travesuras y fantasías quijotescas y Don Quijote en la poesía colombiana.
Quedan de esta manera definidos el alma y el carácter del esclarecido escritor nariñense cuya vida no puede desligarse de la propia vida de don Quijote. Su obra se aproxima a los 30 volúmenes. Dice “que lo importante no es haber escrito un libro; lo importante es haberlo vivido”. Le pregunto por el número de obras publicadas, y me responde que mejor le pregunte por las que le faltan por publicar.
Con motivo de la celebración de sus 90 años de vida, ha dado a la estampa el que llama El libro de mis libros, salido de los talleres gráficos del Grupo Editorial Ibáñez. En él hace memoria de su carrera de escritor mediante el repaso de los títulos y las portadas que enriquecen su quehacer literario.
Entre ese estructurado acopio bibliográfico están Raíces históricas de La vorágine, La picaresca judicial en Colombia, Anécdotas de la historia colombiana, Aurelio Arturo en el corazón de las palabras, Bolívar en el bronce y la elocuencia, Código del amor, Libro de los nocturnos, Anécdotas y curiosidades alrededor del libro en Colombia... En fin, su vida puede sintetizarse en un libro continuo bajo la mirada cómplice de don Quijote.
Dejo la parte final de esta nota para evocar el día en que me conocí con Vicente Pérez Silva. Fue en Armenia, ciudad en la que ejercía el cargo de gerente del Banco Popular. Él, como abogado laboralista de la casa matriz, había viajado a mi sede a revisar un litigio judicial. Recién abierto el despacho, me llamó desde el hotel donde se hospedaba y con voz solemne me dijo estas palabras pausadas, que sonaron como una contraseña para iniciar el diálogo: La muerte de una golondrina.
Ese día había sido publicada en El Espectador la columna sobre la golondrina, uno de los textos que más quiero de mi labor literaria. Él lo había leído en la pieza del hotel. Minutos después llegó a mi oficina, ágil y efusivo. Abrió su cartera de negocios y puso en mis manos un libro que me llevaba de obsequio. Aquel 10 de diciembre de 1980 nació entre los dos la amistad franca y cordial que ha perdurado durante 38 años.
escritor@gustavopaezescobar.com