Urrá: una lección apocalíptica para Hidroituango

Columnista invitado EE
14 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.
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Por Ramiro Guzmán Arteaga*

Debo decirlo con modestia pero con firmeza. Fui el primero, desde el periodismo, en denunciar el impacto ambiental social y cultural de la hidroeléctrica de Urrá sobre el valle del Sinú. En su momento muchos me trataron de enemigo del desarrollo. “Te tirates a Córdoba”, me dijo el gobernador del momento cuando lo entrevisté para CM&. En fin, me trataron de amargado, resentido, y hasta hubo una que otra amenaza. Luego supe que mi nombre fue estudiado, mis pasos seguidos, pero no encontraron nada más que a un periodista solitario, que no tenía contactos ni compromisos con la guerrilla, ni nadie más allá de sus fuentes habituales como para aniquilarlo. Y tal vez por eso desistieron. Ya de esto se puede hablar. Me hicieron guiños para endulzarme, algo así a lo que hoy llaman “enmermelar”. Pero no encontraron receptividad de mi parte. También desistieron; sabían que no comulgo con la corrupción de ningún tipo, pues comprar la verdad es la peor forma de corrupción, tanto del que la compra como del que la vende.

Los años me han dado la razón. Ahí están los resultados. Un valle del Sinú impactado en todos los sentidos, herido de muerte. Todo se está cumpliendo. Sea el momento para decir que muchos de los impactos del Sinú también se darán en el río Cauca y su zona de influencia, porque los impactos no son solo los del lecho del río; esos son inmensos en el mismo lecho, pero son nimios frente al conjunto de todos los que se suceden en toda el área de influencia, en centenares de kilómetros de influencia, y en todo el planeta. Los impactos ambientales de una hidroeléctrica son universales.

Al igual que sucedió con la construcción de la hidroeléctrica de Urrá, desaparecerán la reproducción natural de peces y, por tanto, la pesca en el río Cauca. Llegarán nuevas especies exóticas e invasoras, tanto de peces como de microorganismos, a invadir, adaptarse y apropiarse del lecho del río; especies de pequeños monstruos se adaptarán y consumirán sus nutrientes; especies de microorganismos que han creado un hábitat natural durante miles de años desaparecerán.

El “efecto yoyó”, es decir, el subir y bajar de los niveles del río de acuerdo a la demanda de energía, hará que el río se erosione en sus riberas, porque para él no habrá época de sequía y de lluvia que determinen sus niveles (como ocurría en estado natural), sino que estos se harán en forma artificiosa por el cierre y la apertura de las compuertas. La erosión de las orillas del río, a su vez, ocasionará sedimentación, porque el lodo licuado de los terraplenes que se desprenden de las orillas se depositará en el fondo del lecho del río y empezarán a formarse islotes que fraccionarán el río en pedazos (así está sucediendo con el río Nilo), y allí empieza su propia agonía. Igualmente, muchos árboles de las riberas y zonas de influencias se caerán porque ese mismo efecto generará humedad en el interior de la zona de influencia, en época de verano, que es cuando los árboles aprovechan para afincar sus raíces en el suelo, y los árboles, al no contar con el ciclo natural para agarrarse con sus raíces, se caerán. Así ha sucedido, y viene sucediendo, a lo largo del valle del Sinú, donde centenares de árboles se han venido al suelo por el exceso de humedad subterránea en época de verano, especialmente en el Bajo Sinú.

Pero uno de los impactos más grandes también se generará por la descomposición de maleza que queda sepultada debajo del embalse. Leo en un artículo del diario El País de España: “Investigadores de la Universidad del Estado de Washington (WSU) concluyeron recientemente, en un artículo publicado en la revista científica Bioscience, que las represas son una fuente importante de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), en particular de dióxido de carbono, de óxido nitroso y mayormente de metano. Este último es un gas 34 veces más potente que el dióxido de carbono (CO2)”.

Esto implica que, lejos de ser una solución, las represas (léase bien: Urrá, Hidroituango y todas las represas hidroeléctricas del mundo) agravan el cambio climático. Hasta el momento, la evidencia científica apuntaba a que las emisiones contaminantes se presentaban en represas ubicadas en zonas tropicales. Pero la investigación de la WSU concluye que los embalses de todas las represas emiten GEI, sin importar su latitud ni propósito (generación de energía, control de inundaciones, navegación o riego).

Igualmente, es muy probable que en la zona de Hidroituango se produzcan movimientos telúricos, no se puede saber con qué intensidad, debido al sobrepeso de las obras civiles y de las aguas represadas.

Lo dicho aquí es solo una parte de todo el impacto ambiental, en el que se debe incluir el impacto social, después de que miles de familias que viven de la pesca queden sin trabajo y tengan que dedicarse a otros oficios. Todo esto será caldo de cultivo para que germine la delincuencia, y también se impactará en lo cultural por cuanto todos los ribereños cambiarán su forma de sentir y vivir la vida. Este es apenas un panorama de esa evidencia apocalíptica que generará Hidroituango, y que ya está generando, en todas las direcciones, la hidroeléctrica de Urrá.

* Comunicador social-periodista, magíster en educación, docente de la Universidad del Sinú Elías Bechara Zainúm.

 

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